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Noticias | Médicas | Las ra�ces psicol�gicas del antiliberalismo

El bienestar material

Publicado: Miércoles, 21/2/2007 - 17:23  | 2386 visitas.

The Scream por Eduard Munch
The Scream por Eduard Munch
Imagen: Agencias / Internet


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El liberalismo es una teoría que se interesa exclusivamente por la actividad terrenal del hombre. Procura, en última instancia, el progreso externo, el bienestar material y no se ocupa directamente, desde luego, de sus necesidades espirituales. No promete al hombre felicidad y contento; simplemente la satisfacción de aquellos deseos que, a través del mundo externo, cabe atender. Mucho se ha criticado al liberalismo por esta actitud puramente externa y materialista. «El hombre -se dice- no sólo vive para comer y beber. Hay necesidades humanas por encima de tener casa, ropa y comida. Las mayores riquezas no dan al hombre la felicidad, pues dejan el alma insatisfecha y vacía. El gran fallo del liberalismo consistió, pues, en su despreocupación por las más nobles y profundas aspiraciones humanas».

Quienes así hablan no hacen sino evidenciar cuán imperfecto y verdaderamente materialista es su propio concepto de esas tan cacareadas aspiraciones. La política económica, cualquiera que sea, con los medios que tenga a su disposición, puede enriquecer o empobrecer a la gente; lo que está más allá de sus posibilidades es darle la felicidad. En ese terreno, ningún bien material es suficiente. Sin embargo, un ordenamiento social adecuado puede suprimir múltiples causas de dolor y de sufrimiento; puede dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y procurar habitación al que de ella carece. No es que el liberalismo desprecie lo espiritual y, por eso, concentre su atención en el bienestar material de los pueblos. Es que sus aspiraciones son mucho más modestas. El liberalismo sólo aspira a procurar a los hombres las condiciones externas para el desarrollo de su vida interior. Es incuestionable que un hombre moderno de clase media puede atender mejor sus necesidades espirituales que, por ejemplo, un individuo del siglo x, que no podía abandonar por un instante la tarea de garantizar su simple subsistencia.

Cierto es que el liberal nada puede argumentar ante quienes consideran como un ideal la pobreza y la libertad de los pájaros del bosque. En modo alguno los liberales quisieran obstaculizarles alcanzar sus objetivos espirituales. La mayoría de nuestros contemporáneos, sin embargo, ni comprende ni persigue el ideal ascético. Siendo eso así, ¿cómo se puede reprochar al liberalismo su afán por mejorar el bienestar material de las masas?

El racionalismo

Se acusa al liberalismo de ser racionalista. Se dice que los liberales pretenden ordenarlo todo de un modo lógico, olvidando los sentimientos y las irracionalidades.

No niega, desde luego, el liberalismo que las gentes proceden, a veces, de modo irracional. Si los hombres actuaran siempre racionalmente, resultaría superfluo el exhortarles a proceder de acuerdo con los dictados de la razón. Desde luego, el liberal no dice que el hombre sólo se mueva por la inteligencia; lo que asegura es que a los hombres, en aras de su interés bien entendido, les conviene actuar de modo racional. El liberalismo sólo aspira es que se le conceda la misma preeminencia a la razón en la política social que en todas las demás esferas de la acción humana. Pocos considerarían sensata la actitud del paciente que le dijera a su médico: «Doctor, comprendo que lo que me aconseja es bueno pero mis sentimientos no me permiten seguir sus indicaciones. Lo que yo deseo es lo que me hace daño».

Para alcanzar cualquier objetivo que nos hayamos propuesto, siempre procuramos actuar razonablemente. Quien pretenda atravesar una vía férrea no elegirá para hacerlo el momento en que pasa el tren; y quien esté cosiendo un botón cuidará de no pincharse el dedo. En cada esfera de la actividad humana, se han descubierto las técnicas adecuadas para conseguir ciertos objetivos. Todo el mundo coincide en la necesidad de dominar las técnicas que van a permitir vivir mejor. Es por eso que se rechaza como charlatanes a los que pretenden ejercer una profesión u oficio sin la oportuna maestría.

En lo tocante a la política social, sin embargo, parece como si este planteamiento tuviera que ser distinto. Por lo visto, en este terreno los sentimientos y los impulsos deben de prevalecer sobre la razón. La cuestión de cómo debe iluminarse una ciudad se discute y se resuelve con arreglo a la razón y a la lógica. Pero en cuanto se trata de completar el tema y decidir si la correspondiente central eléctrica debe ser de propiedad privada o municipal, toda razón y toda lógica desaparecen; ya no se apela más que a sentimientos, a cosmovisiones y, en definitiva, a lo irracional. ¿Por qué? Nos preguntamos en vano.

El ordenar la sociedad para facilitar que los hombres puedan alcanzar sus metas no es un problema excesivamente complicado. Es menos complejo que tender ferrocarriles, producir tejidos o construir plantas eléctricas. Desde luego, la política y el gobierno tienen mayor importancia que otros temas de la actividad humana porque establecen el orden social que constituye la base de todo lo demás. La gente sólo puede prosperar y alcanzar sus objetivos bajo una organización propicia a esos fines. Pero, por elevada que situemos la esfera de lo político y social, estaremos de acuerdo en que los asuntos a tratar son de naturaleza puramente humana, debiendo, en su consecuencia, ser abordados de forma exclusivamente racional.

Indudablemente, nuestra capacidad de comprensión es harto limitada. Jamás llegaremos a develar los secretos últimos y más profundos del universo. Pero el que no consigamos desentrañar la razón de nuestra existencia, en nada impide recurrir a los medios más adecuados para conseguir alimentos o ropa. Debemos, pues, por la misma razón, organizar la sociedad de acuerdo con las normas más efectivas para alcanzar nuestros fines. No son, en verdad, tan elevados, grandiosos o benéficos el estado y el orden legal, el gobierno y la administración pública, como para atemorizarnos y hacernos renunciar a someter tales instituciones a la prueba de la racionalidad. Los problemas que la política social suscita son simples cuestiones tecnológicas; hay que abordarlos por las mismas vías y con los mismos métodos que para resolver todos los demás problemas científicos, es decir, mediante la reflexión racional y la adecuada observación de las circunstancias existentes (ver La Arrogancia Fatal). El raciocinio confiere condición humana al hombre; es lo que le diferencia y eleva por encima de las bestias. ¿Qué motivo hay para que, en el terreno del ordenamiento social, hayamos de renunciar al arma de la lógica, apelando, en cambio, a vagos y confusos sentimientos?

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Agenesis of the Corpus Callosum

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providing information about neurology and gastroenterology.

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A Clinician"s Guide to the Pathophysiology of Blood-Brain Barrier (PDF)

Brain Injury Research Center

División of Neurosurgery, UCLA School of Medicine at University of California Los Angeles (UCLA)

http://www.neuroguide.com/

a guide to neurosciences on the Internet.



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