Dista mucho de estar clara la causa de este pasmoso fenómeno. Como comenta irónicamente una autoridad: "Se calcula que se ha publicado una nueva teoría para explicar la glaciación continental cada año que ha transcurrido desde que se reconocieron por primera vez las pruebas de la glaciación pasada." Los partidarios de los diversos puntos de vista no son gente apocada. Es un terreno discutible en que los científicos disputan como escolares en las reuniones científicas y en las revistas eruditas a medida que los expertos proponen sus contradictorios puntos de vista.
A pesar de las disputas, en los últimos años ha habido mayor unanimidad en los puntos de vista. A medida que los científicos hallan nuevas pruebas, las van acomodando en una pauta en modo alguno concluyente, pero mucho más coherente y comprensible. Algunos piensan que están cerca de contestar las grandes preguntas: 1) ¿Qué sucedió exactamente en el pasado, y, por extensión, qué guarda el futuro? 2) ¿Por qué sucedió, cuál es la fuerza fundamental a que se deben las edades de hielo?
Durante siglos, los hombres tropezaron con las pruebas dejadas por los glaciares pasados sin percibir su significado. "Aunque muchos geólogos se habían tropezado con las grandes piedras dejadas por los glaciares, habían nadado en los lagos formados tras los sedimentos arrastrados por los glaciares, y habían pasado los dedos por los surcos tallados en la roca por los glaciares", dice Wallace Broecker, "sus ideas preconcebidas les impidieron aceptar las conclusiones obvias" de que en un tiempo la tierra había estado cubierta de glaciares.
El primero que comprendió realmente la importancia de todos estos signos fue un joven científico suizo, Louis Agassiz, que con el tiempo llegaría a ser un profesor de Harvard mundialmente famoso. En 1837 propuso la teoría de que en el lejano pasado se había producido un "gran período de hielo", causado por profundos cambios climatológicos, y dibujó el cuadro de una enorme capa de hielo que se extendía desde el Polo Norte hasta lo profundo de Europa y el Asia central. Agassiz fue ridiculizado por su conclusión de que en otro tiempo los glaciares habían cubierto gran parte de la tierra en que la gente vivía y trabajaba en climas agradables. Pero a medida que otros geólogos -al principio escépticos- estudiaban el problema, la evidencia se tornaba irresistible. Examinando las cicatrices y escombros dejados por los glaciares, llegaron a la conclusión de que el hielo no había avanzado una; sino cuatro veces, en el último millón de años, y que los cuatro períodos glaciales habían estado separados por períodos de suave tibieza que duraron hasta 200.000 años.
En los decenios recientes, este concepto del pasado ha sido objeto de importantes revisiones, y se tiene una imagen mucho más detallada. Los científicos han descubierto nuevos registros del clima pasado, que han añadido a lo que habían deducido de las cicatrices geológicas de los glaciares. Una de las crónicas más detalladas del pasado climatológico de la Tierra está oculto en el lecho del océano.
En los océanos abundan los foraminíferos, del tamaño de granos de arena. Cuando se reproducen, pierden los caparazones, que se hunden al fondo del mar. AI mismo tiempo, el viento y los ríos arrastran al océano la ceniza volcánica y los sedimentos de la tierra, que se convierten en parte de los sedimentos acumulados en el fondo. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, los barcos oceanográficos comenzaron a sacar muestras de la historia conservada en el lecho marino. Bajan un aparato parecido a un tubo, llamado perforador de émbolo, que examina el fondo al acercarse, suelta un disparador y se mete en el lecho para sacar una muestra del sedimento.
Se está iniciando el estudio intensivo de estas muestras de sondaje, que pueden representar centenares de miles de años de historia climatológica. Los foraminíferos que contienen revelan de varias maneras las condiciones del pasado. Una especie, Globigerina pachyderma, enrolla sus caparazones a la derecha en agua caliente, a la izquierda en agua fría. Además, al cambiar la temperatura, aumenta la abundancia de algunas especies y disminuye la de otras. Por eso, los científicos pueden tomar muestras cada cierto número de centímetros de la muestra de sondaje, estudiar las relaciones y características de las especies en cada nivel y estimar las condiciones climatológicas que existían cuando se formó.
Puede calcularse con precisión la edad de los estratos basándose en otras cosas de la muestra. La ceniza volcánica, por ejemplo, contiene potasio radiactivo que se desintegra para dar argón. Midiendo en un nivel la relación entre el argón y el potasio, el investigador puede determinar la edad de la muestra y, por lo tanto, del estrato del que se obtuvo la muestra de sondaje. También se desintegran los átomos de uranio disueltos en el agua de mar, y con ellos puede usarse un método parecido para estimar su edad. Los caparazones contienen carbono 14 radiactivo, por lo que puede medirse su antigüedad con estos métodos.
Extraer de las muestras de sondaje la información que revele lo que ocurrió a través de los siglos es una tarea tediosa, y quienes lo hacen son tenaces. David Ericson se ha dedicado 25 años a ello. Ocupa una espaciosa oficina en Lamont. A un lado del escritorio hay un microscopio cuyos oculares están cubiertos con vasos de papel invertidos. Contra las paredes hay unos armarios llenos de bandejas que contienen centenares de pequeños recipientes cilíndricos de plástico, en cada uno de los cuales se conserva el producto de un concienzudo proceso. Un técnico toma una muestra y, con una sierra sinfín, corta muestras a intervalos de diez centímetros en toda su longitud.
En el laboratorio de Ericson, cada muestra se remoja en agua y se le quita el cieno. Lo que queda es una mezcla de arena, algunos fragmentos de vidrio volcánico y grandes números de caparazones de foraminíferos, diminutos seres que dejaron su historia en el cieno submarino hace miles de años. Ericson ha pasado gran parte de los últimos 25 años mirando las muestras con el microscopio, clasificándolas y construyendo complicadas gráficas que indican las fluctuaciones de la temperatura del mar en el transcurso de dos millones de años. De sus estudios deduce que la imagen clásica de las cuatro edades de hielo es fundamentalmente correcta. Pero sus gráficas muestran muchas variaciones más pequeñas. La última edad de hielo, por ejemplo, cuya iniciación sitúa hace unos 100.000 años, no fue un período de frío ininterrumpido, como se pensaba antes, pues ha descubierto períodos relativamente calientes hace 25.000, 40.000 y 65.000 años.
Mas aunque Ericson cree que la historia del fondo del mar deja esencialmente intacta la imagen tradicional, hay otro científico, Cesare Emiliani de la Universidad de Miami, que está convencido de que las muestras de sondaje dan una versión muy diferente. Su método de estudiar las muestras es también muy distinto del de Ericson. Vierte ácido en los caparazones, toma el bióxido de carbono producido y lo analiza con un sensible instrumento llamado espectrómetro de masa. Esta técnica, creada poco después de la Segunda Guerra Mundial por Harold Urey, laureado con el Premio Nobel, se basa en el hecho de que no todas las moléculas del agua de mar son exactamente iguales. De cada 500, 499 son normales, pero la última es una molécula excéntrica que contiene un tipo especial de átomo "pesado" de oxígeno. La designación química de este isótopo es 0"s (el oxígeno normal es 0"s). Cuando un foraminífero elabora su caparazón, usa las dos clases de agua en proporciones que están determinadas en parte por la temperatura del mar (cuanto más baja sea la temperatura, mayor será el contenido de 0"e del caparazón). Urey descubrió que la determinación de las proporciones de los dos isótopos podía revelar la temperatura con gran exactitud. Como dice un científico: "Si le dabas un caparazón formado en tu acuario, podía decirte cuál era la temperatura del apartamento con un grado de aproximación."
Cuando Emiliani empezó a aplicar esta técnica a las muestras de sondaje del Caribe, hizo un descubrimiento sorprendente. Según las pruebas del isótopo, la historia de las temperaturas no se parecía a la imagen clásica de cuatro edades de hielo, de grandes períodos fríos intercalados con períodos calientes que duraron varios centenares de miles de años. Descubrió que !os puntos culminantes tan calurosos como el actual no ocurrían más que cada 100.000 años. Y lejos de durar varios centenares de milenios, tal vez no duraron más de 10.000 años. Así, si la tesis de Emiliani es correcta, no nos encontramos al principio de un largo período caluroso, sino al final.
En la última década han seguido presentándose pruebas que apoyan la imagen de rápidas fluctuaciones. Un climatólogo checoslovaco llamado George Kukla, por ejemplo. ha dedicado gran parte de su tiempo en los últimos años a recorrer las minas checoslovacas y austriacas de arcilla para examinar la historia climatológica de la región en los estratos del suelo que había dejado al descubierto la excavación. Diferentes clases de vegetación -bosque, tundra- forman tipos reconociblemente distintos de suelo; y como la vegetación que prevalece en cualquier período está determinada por la temperatura y la lluvia, el suelo sirve como indicador del clima. Hay otro tipo informativo de sedimento, un fino polvo llamado loess. Se crea cuando los glaciares y las heladas convierten el lecho de roca en polvo fino; cuando los glaciares se funden en el verano, depositan este material en las extensas llanuras; de allí, el viento arroja nubes de este polvo por el paisaje, y acaba asentándose en las laderas. Se necesitan vientos fuertes y superficies desnudas. de vegetación para producir el loess, de modo que estas sedimentaciones son otro indicio del clima que prevalecía en la época.