El dato basta para valorar la gran importancia que tiene la preservación y recuperación de los bosques; de los bosques templados, inclusive; porque aunque se habla mucho del papel estratégico de las selvas tropicales en el secuestro de carbono, las forestas de los países de clima moderado también pueden jugar un rol. Lo confirma una estimación de investigadores estadounidenses.
En su país la superficie boscosa viene expandiéndose desde los años 30, cuando la frontera agrícola comenzó a retraerse. Basándose solamente en los bosques del Estado de Wisconsin, un estudio publicado en "Proceedings" estima que antes de la colonización, aquellos tenían la capacidad de secuestrar 434 millones de toneladas métricas de CO2 al año; una capacidad que se redujo a 120 millones en los años 30, y que ahora ha subido a 276. Los autores del trabajo calculan que con una gestión apropiada se podrían añadir otros 68 millones anuales. Superar esta cifra exigiría un drástico reordenamiento territorial, en desmedro de la agricultura y otros usos del suelo.
Mientras leía ese texto me llegaban noticias de otra investigación de tema similar, publicada de este lado del Atlántico en la revista "Nature". Un estudio de la Universidad de Leeds ha comparado las dimensiones de 70.000 árboles en diez países africanos, y ha concluido que están creciendo más rápido respecto del registro de los años 60. Su crecimiento acelerado es un resultado del aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. "Las plantas sobreviven extrayendo CO2 del aire y utilizando la luz solar para convertirlo en proteínas y azúcares", nos recuerda Martin Parry, especialista en plantas del "Rothamsted Research" (Reino Unido). Y si la disponibilidad de dicho gas aumenta, como es el caso, los árboles chupan más y apuran su ciclo vital.
La noticia importa porque ese crecimiento extra supone un mayor secuestro de CO2. En concreto, cada hectárea de selva africana captura 0,6 toneladas más al año de ese gas de efecto invernadero, dice Simon Lewis, uno de los firmantes del texto de Nature. Los expertos prevén que ese fenómeno puede contribuir a retrasar el impacto del calentamiento global algunos años, aunque no muchos.
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