Los investigadores han descubierto un vínculo entre lo que el ser humano considera desagradable en el ámbito moral y formas más primitivas de repulsión relacionadas con los venenos y las enfermedades.
Según explica Hanah Chapman, directora del estudio, la moralidad es a menudo señalada como el cénit de la evolución y el desarrollo humanos. Sin embargo, la repulsión es una emoción antigua y bastante primitiva que jugó un papel evolutivo clave en la supervivencia.
"Nuestra investigación muestra la participación de la repulsión en la moralidad, lo que sugiere que los juicios morales podrían depender más de procesos emocionales simples que de pensamientos complejos", afirma Chapman.
Los científicos examinaron los movimientos faciales de los participantes del estudio cuando probaban líquidos desagradables y miraban fotografías de objetos repulsivos como aseos sucios o heridas. Compararon estos movimientos faciales con los que producían cuando eran objeto de un tratamiento injusto en un juego de laboratorio.
Los investigadores descubrieron que las personas realizan movimientos faciales similares en respuesta a las formas primitivas de repulsión y las de desagrado moral.
En su trabajo los autores emplearon la electromiografía, una técnica que utiliza pequeños electrodos situados sobre la cara para detectar la activación eléctrica que se produce cuando se contrae un músculo facial. En concreto, los investigadores se centraron en el movimiento del músculo "levator labii", que actúa elevando el labio superior y arrugando la nariz, movimientos característicos en la expresión de repulsión.
Los resultados muestran que las personas activan esta región muscular en las tres situaciones planteadas: cuando prueba algo malo, al mirar con repulsión algo y sufriendo una injusticia.
Según los investigadores, estos resultados arrojan nueva luz sobre los orígenes de la moralidad, lo que sugiere que no sólo los pensamientos complejos guían nuestro sentido moral sino que también lo hacen los instintos primitivos asociados con las posibles toxinas.
"Sorprendentemente, el sofisticado sentido moral de lo correcto y lo equivocado podría desarrollarse a partir de una preferencia innata de los bebés por lo que sabe bien y mal, lo que es potencialmente nutritivo o venenoso", concluye Adam Anderson, coautor del estudio.
Noticia publicada en Ecodiario (España)