Considero de pésima educación chafar a alguien un libro contándole cómo acaba, o algún elemento clave del argumento, así que no voy a desvelar qué tienen que ver los agujeros negros en La clave secreta del universo. Pero no creo que el relato pierda suspense si me refiero a un recurso científico que salva la vida a uno de los protagonistas: la llamada radiación Hawking. Como muchos sospecharán, y dado que la ciencia es, cuando menos, tan imaginativa como la ficción o más, ese recurso es auténtico. Iba a decir real en lugar de auténtico, pero muchos científicos puntualizarían que no hay experimentos que hayan corroborado la existencia de esa radiación, aunque como teoría esté aceptada.
La radiación Hawking es, precisamente, una de las grandes aportaciones del científico británico a la física teórica, coinciden varios especialistas de alta talla consultados. ¿Y qué es esa peculiar radiación? Pues que “después de todo, los agujeros negros no son tan negros”, aclara Luis Ibáñez, catedrático de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). “Un agujero negro clásico no puede emitir ningún tipo de energía ni radiación”, continúa. Por eso es negro, y todo lo que cae en él, todo lo que esté a su alrededor a su alcance, acaba desapareciendo en ese pozo definitivo. Pero Hawking descubrió que no siempre tendría que ser así, gracias a la radiación que lleva su nombre. “Es seguramente su contribución científica más personal”, dice Ibáñez. Luis Álvarez Gaumé (físico teórico del Laboratorio Europeo de Física de Partículas, CERN) está de acuerdo en que éste es uno de los grandes descubrimientos de Hawking. “En 1973 estudió las propiedades cuánticas de la materia alrededor de un agujero negro y se dio cuenta de que cuando se utiliza la mecánica cuántica, los agujeros negros dejan de ser tan negros”.
Noticia publicada en El País (España)