La dieta de una madre durante el primer trimestre de embarazo es fundamental para el adecuado desarrollo del feto. En este período, llamado de "programación fetal", el organismo de la madre debe acumular grasas que suministrarán los sustratos necesarios para el crecimiento durante todo el embarazo.
Una madre mal nutrida, que no acumula las grasas necesarias, tanto en cantidad como calidad, es más probable que dé a luz un niño con bajo peso. Contrariamente a lo que se puede suponer, quien tiene un bajo peso al nacer es más propenso a desarrollar obesidad, diabetes e hipertensión en la vida adulta.
Para entender cómo ocurren estos procesos observados en estudios epidemiológicos, los científicos estudian las modificaciones que ocurren en el tejido adiposo durante el embarazo y cómo reacciona la insulina en este período.
"Todas las agresiones que sufre el feto en la etapa intrauterina o el recién nacido pueden producir alteraciones a nivel genético que no se manifiestan de inmediato sino que quedan latentes hasta que se dan condiciones adecuadas. Por ejemplo, con el envejecimiento se produce una mayor resistencia a la insulina, entonces ese efecto se acelera", explicó el Dr. Emilio Herrera Castillón, docente e investigador de la Universidad San Pablo - CEU de Madrid. Este especialista de larga trayectoria internacional visitó la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas (FBCB) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) para disertar sobre el rol del tejido adiposo en el embarazo y sus consecuencias.
A largo plazo
El concepto de programación fetal refiere a las repercusiones en el desarrollo postnatal y a lo largo de toda la vida de los cambios registrados en la dieta durante el embarazo. El término surgió hace unos quince años de la mano de estudios que se realizaron con los descendientes de una etapa de hambre que hubo en Holanda tras la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con investigaciones, las restricciones en la dieta de las madres provocaron que los niños nacieran con bajo peso. Décadas después, cuando estos niños se volvieron adultos, mostraron una significativa incidencia de diabetes, obesidad, hipertensión y otras afecciones cardíacas, en comparación con la población que no sufrió hambre.
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