Se calcula que en el país hay 1.500.000 personas chagásicas; 280.000 de ellas, menores de 14 años. Según las estimaciones, cada año nacen 982 bebes con esta enfermedad que "viaja" en la vinchuca, insecto hematófago que inyecta en todos ellos el parásito que lo causa: el Tripanosoma cruzi .
Si estas cifras sorprenden, un trabajo que acaba de publicar Plos One confirma que, por su modus operandi, la vinchuca es un arma diseñada por la evolución para cumplir con su tarea letal: científicos argentinos y brasileños demostraron que el insecto puede ubicar dónde están los vasos sanguíneos subcutáneos por la extrema sensibilidad de sus antenas al calor.
"Hay insectos que, para poder alimentarse, necesitan encontrar los vasos sanguíneos que están escondidos en la piel -cuenta el doctor Claudio Lazzari, profesor titular en la Universidad de Tours y director adjunto del Instituto de Investigación sobre la Biología de los Insectos-. Algunos, como los tábanos, cortan la piel y después lamen la sangre que fluye. Pero hay otros, como los mosquitos y las vinchucas, que tienen que picar y encontrar el capilar debajo de la piel. Nosotros nos preguntamos cómo hacen."
Utilizando vinchucas como modelo experimental, Lazzari, junto con Raquel Ferreira, estudiante brasileña de doctorado; Marcelo Lorenzo, investigador argentino que trabaja en la Fundación Oswaldo Cruz, y Marcos Pereira, profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais, trabajaron en la hipótesis del calor porque sabían que las vinchucas tienen un sentido térmico muy desarrollado.
Para probarlo, filmaron el comportamiento de una vinchuca que intentaba picar a un conejo en la oreja, cuya cara interior no tiene pelos y permite divisar los vasos sanguíneos con bastante claridad. "Pudimos constatar que, para picar, dirigen la trompa al lugar donde está el vaso, lo que revela que, antes de todo contacto de la trompa con la piel, ya saben dónde está", dice Lazzari, que después de haber trabajado durante más de 20 años en la UBA, como profesor e investigador del Conicet, emigró a Francia en 2003.
Luego, midieron la temperatura y verificaron que sobre la piel existen diferencias entre las áreas en las que hay vasos y en las que no hay. "Necesitábamos eliminar del experimento toda señal presente sobre la piel, salvo el calor -explica-. Para eso diseñamos un sistema artificial con una placa metálica, cuya temperatura podíamos controlar y sobre la que pasaba un hilo metálico ligeramente más caliente que el resto de la placa."
Cuando los insectos eran confrontados con este sistema artificial, hacían exactamente lo mismo que sobre la piel de un animal. "Estiraban la trompa directamente hacia el hilo y si no encontraban sangre picaban alrededor, algo que también hacen en otras situaciones", dice Lazzari.
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