En laboratorios subterráneos de varias partes del mundo se desarrolla una carrera frenética para detectar la llamada materia oscura, una entidad cósmica invisible que se supone impide la dispersión de las galaxias.
Quien descifre su naturaleza solucionará uno de los grandes misterios de la ciencia y será candidato favorito al Premio Nobel. Pero es mucho más que un ejercicio teórico. Comprender la materia oscura _junto con otra fuerza misteriosa llamada energía oscura_ podría contribuir a revelar el destino del universo.
Hasta ahora, la búsqueda de esa materia hipotética no ha dado resultados, pero no ha disuadido a unas dos docenas de equipos de investigadores de escudriñar las profundidades de minas abandonadas y túneles donde esa búsqueda pueda ser más propicia.
Los actuales detectores de materia oscura son más poderosos que los anteriores, pero aun los mejores no han dado en el clavo. Muchos equipos están construyendo detectores aun mayores o probando nuevas tecnologías.
"Estamos en la etapa de oro de la búsqueda de la materia oscura", dijo Sean Carroll, físico teórico del Instituto Tecnológico de California que no ha participado en los experimentos. "Las condiciones parecen promisorias".
Los científicos admiten que todavía están literalmente a oscuras en la cuestión. La teoría prevaleciente es que la materia oscura está compuesta de partículas diminutas y exóticas remanentes de la Explosión Primordial que dio origen al universo hace unos 13.700 millones de años. Pese a componer una cuarta parte de la masa del universo, es denominada materia oscura porque no despide luz ni calor. Los astrónomos saben que existe debido a su tira y afloja gravitacional con las estrellas y las galaxias.
Pero comprobar su existencia está muy lejos de determinar qué es. La mayoría de los experimentos busca partículas teóricas llamadas WIMP _por sus iniciales en inglés que denominan las partículas masivas de escasa interacción_, principal candidato.
Los detectores subterráneos aguardan el momento decisivo en que un WIMP haga impacto en un núcleo atómico y cause un rebote elástico. Los experimentos tienen que hacerse bajo tierra para impedir que los rayos cósmicos interfieran con los resultados.
El investigador Neil Spooner, de la Universidad de Sheffield en Gran Bretaña, lo describe de la siguiente manera: "Hay una aguja en un pajar y estamos tratando de quitar la paja. Se necesita mejor tecnología para detectar lo que uno busca y rechazar lo que sobra".
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