Estamos acostumbrados a contemplar grandes bosques poblados de árboles majestuosos. Pero la conquista de las áreas terrestres por las plantas fue un larguísimo proceso. Hay que remontarse unos 360 a 380 millones de años en el pasado para encontrar la huella de los primeros árboles que pertenecieron a la especie Eospermatopteris.
Ya se conocían gracias al descubrimiento, en 1870, de varios tocones fosilizados en Gilboa (Estado de Nueva York), en Estados Unidos. Pero se ignoraba hasta ahora qué aspecto presentaban las copas de esos árboles, los que constituyen, para la comunidad científica, el bosque más antiguo del planeta.
Este enigma está ahora resuelto, gracias al descubrimiento, en 2004 y 2005, de un tronco y de la parte superior de este vegetal a unos 13 kilómetros de Gilboa, en el condado de Schoharie, por Frank Mannolini y Linda Van Aller Hernick, del New York State Museum.
El estudio de estos restos, aplastados por el tiempo y cuya edad ha sido estimada en 375 millones de años, fue efectuado bajo la dirección de William Stein, de la Universidad de Binghamton, Nueva York.
Los trabajos muestran que el tronco, de más de ocho metros de altura, se parece al del Eospermatopteris, mientras que la copa de pequeñas ramas que coronaba al árbol pertenece más bien a la especie Wattieza, cuyas ramillas fosilizadas habían sido previamente descubiertas en Bélgica y Venezuela.
Los árboles del bosque de Gilboa, con los cuales podemos emparentar el último descubrimiento, eran relativamente rudimentarios. “Se trataba de la conquista de la tierra firme por las plantas y estos árboles no habían inventado aún la hoja, que permite capturar la luz lo mejor posible para fabricar azúcares”, explica Brigitte Meyer-Berthaud, paleobotánica del Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia (CNRS).
Estos vegetales se reproducían gracias a esporas, como los helechos, y vivían en ambientes húmedos -orillas de ríos o lagos- para que la fecundación pudiera ocurrir. Sus raíces eran muy pequeñas y poco profundas y el tronco destinado a hacer llegar la savia estaba cubierto con un manojo de ramas que fabricaban clorofila y caían a medida que el árbol crecía.
Los investigadores estiman que su descubrimiento permite comprender mejor el impacto de las plantas en el medio ambiente de la Tierra. “Al formar los primeros bosques, explican, estos árboles cambiaron el ecosistema terrestre. Crearon nuevos tipos de microambientes favorables a plantas más pequeñas, a los insectos y a los artrópodos. También almacenaron grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) y contribuyeron a la formación del suelo”.
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