Hasta ahora se han publicado alrededor de cien mil artículos científicos sobre la mosca de la fruta. Sin embargo, fuera de los círculos académicos su imagen pública sigue siendo tan desconocida como siempre. En este libro Martin Brookes nos acerca al maravilloso mundo que rodea a LA MOSCA.
Quién iba a imaginar que la mosca de la fruta, ese bicho desagradable que hurga en nuestra comida, se come nuestras frutas e invade nuestros hogares, está dando respuesta a algunos de los interrogantes actuales más importantes de la biología, por ejemplo, ¿Cómo los genes vinculan una generación con la siguiente? ¿Cómo un óvulo —una sola célula— se convierte en un adulto, con sus miles de millones de células diferentes? ¿Cómo aprendemos y memorizamos la información? ¿Por qué los machos y las hembras están en perenne conflicto por el sexo? ¿Por qué envejecemos? ¿Podemos evitarlo? y ¿Cómo evolucionan las nuevas especies?
La mosca de la fruta hizo su debut oficial en un laboratorio en 1900, bajo la mirada del profesor de la Harvard University, William Castle. A decir verdad, en aquella ocasión su paso por los laboratorios fue bastante intrascendente. Castle necesitaba un organismo de estudio para uno de sus alumnos de embriología la mosca de la fruta parecía ser una opción barata y con buenas perspectivas. Nada más lo atrajo en esa ocasión.
Pero en 1909, en los laboratorios de Columbia University la mosca ruvo s primer papel protagónico cuando reveló un espontáneo cambio en el color de sus ojos, hecho que atrajo la atención del profesor de zoología Thomas Hunt Morgan, quien más tarde demostró que la base física de la herencia en las moscas de la fruta se encuentra dentro de estructuras filamenosas llamadas cromosomas, en el interior de sus células. Lo que era aplicable a las moscas de la fruta resultó ser aplicable también a otros animales, incluidos nosotros: los genes y los cromosomas son una característica hereditaria común. Después de esta contribución la mosca estuvo a la vanguardia de las investigaciones genéticas durante tres años y más tarde fue víctima de su propio éxito, pues tuvo que ceder su lugar a los virus, las bacterias, las levaduras y los mohos que se convirtieron en el foco central durante cuarenta años.
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