A esta altura de los acontecimientos, habida cuenta de la sumatoria de estadísticas meteorológicas, evidencias climatológicas y geográficas de diversa índole disponibles, sería absurdo ignorar que la Tierra está sufriendo cambios de trascendencia en su medio natural, los cuales son atribuidos, en primer lugar, al incremento continuado de la temperatura ambiental, fenómeno que viene siendo
monitoreado con lógica preocupación por parte de instituciones científicas especializadas en la materia.
Frente a este preocupante estado de situación, es sensato que los poderes públicos, los organismos multinacionales y las organizaciones sociales se aboquen con premura a definir medidas para contrarrestar los efectos nocivos que pueden esperarse de dicha tendencia, la que, como es de presumir, tendrá graves consecuencias para todos los habitantes del planeta. La frecuencia con que se manifiestan últimamente diversos cataclismos naturales (inundaciones de magnitud, huracanes de gran virulencia, desertificación de vastas regiones, temperaturas extremas, aumento del nivel de los mares, deshielo de los casquetes polares, etc.), al ser atribuidos al ritmo ascendente del termómetro, han puesto en estado de alerta a la sociedad global y a sus instituciones representativas.
Sin embargo, cabe señalar que más allá de la voluntad positiva y de la capacidad de decisión que se invierta en atender este crucial problema, será imposible definir estrategias adecuadas para combatir el fenómeno si antes no se obtiene un diagnóstico correcto, científicamente fundado, de las causas que en concreto provocan el aumento sostenido de la temperatura de la atmósfera terráquea.
La teoría del "efecto invernadero", que llevó a un conjunto de países a refrendar el Protocolo de Kyoto una década atrás, sostiene que la causa del desquiciamiento climático en ciernes radicaría en la mayor emisión de dióxido de carbono generada por el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), acicateado por la ascendente actividad económica y los estilos de consumo propios de la vida moderna, especialmente de los países de mayor grado de desarrollo industrial. Este proceso estaría modificando rápidamente la composición gaseosa de las capas superiores de la atmósfera que perderían, en forma paulatina, la permeabilidad necesaria para facilitar el rebote hacia el espacio exterior de la radiación solar que ingresa a la Tierra, templándola. Al engrosarse la banda cenital estratosférica por la presencia masiva de los gases de la combustión, la intensa actividad calórica proveniente del Sol quedaría atrapada en el entorno del planeta y así subiría la temperatura en forma progresiva.
Conviene aclarar que "efecto invernadero" hubo siempre y es gracias al mismo que la vida es posible en la superficie terrestre, dado que de no existir tal mecanismo de retención de radiaciones, la temperatura global sería de – 18 grados cuando el promedio vigente desde que hay actividad biológica es de + 15°. Es decir, que los 33 grados de diferencia son un efecto benigno del comportamiento de los gases que genera la propia naturaleza, tanto el CO2 ya mencionado, el metano y el vapor de agua, entre otros. La novedad estaría en que se habría detectado que, por efecto de la fuerte concentración gaseosa que estaría produciéndose en la actualidad, la renovación de los rayos solares sería más lenta y parcial, provocando el calentamiento general que tanto inquieta.
Esta interpretación fenoménica que es aceptada sin discusión en determinados cenáculos académicos, en las comisiones específicas de Naciones Unidas y, en particular, entre las agrupaciones ecologistas; que es difundida asiduamente por los medios de comunicación (con gráficos e infogramas a todo color) y repetida con entusiasmo en los diferentes ámbitos políticos del mundo, aún no ha sido demostrada de manera fehaciente.
Por el contrario, existen severos cuestionamientos a la misma, a saber: un núcleo de científicos de fuste sostiene que el argumento principal es endeble en términos epistemológicos, es decir, en cuanto a la metodología empleada para arribar a las conclusiones; otros afirman que la base de datos experimental da resultados contradictorios cuando se comparan isotermas de períodos prolongados de tiempo; además, el diagnóstico sería inverosímil si se coteja el volumen presunto de emisión de gases hostiles con la escala de desenvolvimiento natural del sistema planetario en su conjunto. Finalmente, también se cuestiona la confiabilidad de las proyecciones prospectivas realizadas con modelos informáticos, en la medida en que el meteorológico, escenario de todas las simulaciones realizadas, es uno de los sistemas más caóticos e imprevisibles hasta ahora conocidos.
A pesar de todas las objeciones y refutaciones, no obstante haber sospechas de que la hipótesis se pueda tratar de un mero (y monumental) sofisma, la explicación del calentamiento global por medio del efecto invernadero, provocado por la actividad humana, hoy constituye el "pensamiento único" sobre el tema en buena parte del mundo. Cabe acotar aquí que, más allá de las debilidades atribuidas al planteo en sí mismo, hay que reconocer que esta teoría se ha ganado -por mérito propio, diría- la popularidad de la que goza actualmente. Es que la idea, sea razonable o descabellada, ofrece una "interesante" particularidad, en especial para los dirigentes políticos y sociales que actúan en pos de motivaciones demagógicas.
En efecto, poder atribuir la culpa del fenómeno climático a las "grandes potencias" representa una interesante oportunidad para quienes han hecho de la confrontación con las sociedades desarrolladas su principal objetivo. Por ello, una formulación que afirme que "los malos" que están envenenando el planeta son los países ricos, las grandes corporaciones económicas y los gobiernos del hemisferio norte, le viene como anillo al dedo al populismo "antiimperialista", a los jirones de cierta izquierda resentida y a buena parte de las agrupaciones ecologistas, influenciadas por quienes predican en contra de las empresas, de las industrias, de la sociedad de consumo, de la democracia burguesa, del capitalismo, etcétera. De esta manera, la tesis resultante del discurso ambientalista termina siendo "políticamente correcta" y de rotundos efectos propagandísticos: "el progreso material y el éxito económico van a acabar con la humanidad"; o bien, "el sistema vigente es enemigo de la ecología"; o bien, "el capitalismo está destruyendo el planeta".
Obviamente, con este tipo de retórica tendenciosa no vamos a llegar a ninguna parte.
>Para que estos prejuicios ideológicos (ostensiblemente reaccionarios, dado que abjuran del desarrollo económico y del progreso social) no sigan obnubilando el entendimiento colectivo en cuestión tan dirimente, es prioritario y urgente determinar un diagnóstico fundamentado científicamente, que dé cuenta con precisión del complejo cuadro de factores que concurren a la generación del paulatino calentamiento que padece nuestro planeta, de modo de avanzar en la tarea de implementar soluciones al problema. Este diagnóstico deberá ser despojado de los eslógans panfletarios que hoy enturbian y distorsionan el asunto. Deberá neutralizarse, además, la prédica sesgada de algunos ámbitos corporativos internacionales que, como ocurre con ciertos estamentos burocráticos de Naciones Unidas, están interesados en dar un mensaje alarmante y difundir una versión catastrófica de la situación climática (Con similar vehemencia, los "intelectuales" de la ONU se esmeran en pregonar que "crece el
hambre en el mundo" a pesar de que sus propias estadísticas demuestran todo lo contrario).
Para despejar el terreno de la investigación de tanta maleza sofística, sería deseable analizar, con las herramientas científicas y tecnológicas de las que se dispone en la actualidad, el ciclo de revulsivas transformaciones que atraviesa la superficie del Sol desde hace unos 300 años; también, habría que incursionar más a fondo en la hipótesis del fin de una era de glaciación, medible en cientos de años, que estaría provocando el "reacomodamiento" natural de los promedios de temperatura ambiente; además, antes de definir pautas a ejecutar, sería oportuno analizar cómo interactúan todos y cada uno de los diferentes factores que inciden sobre el clima global: emisiones de otros gases masivos, el complejo y sinuoso comportamiento del vapor de agua, la formación de vientos y nubes, el dióxido de carbono en expansión y su influencia sobre la biosfera, los cambios en los movimientos de precesión y rotación terráqueas, etcétera.
Una indagación profunda que despeje las diferentes incógnitas planteadas será de máxima importancia para acabar con las dudas y los equívocos existentes alrededor del fenómeno del calentamiento global, de modo de articular a continuación las medidas preventivas que la sociedad mundial está reclamando. Tratados como el Protocolo de Kyoto, contradictorio y poco realista, no obstante haber sido fruto de un fenomenal esfuerzo colectivo en aras de lograr el consenso internacional necesario para formalizarlo, por provenir de un encuadre causalista endeble, parcial y quizás falaz viene siendo tildado de utópico e inaplicable, incluso entre los mismos países que lo firmaron en 1997 haciendo gala de un gran voluntarismo.
Es probable, que el futuro de la especie humana dependa del éxito o del fracaso del proceso de investigación, de esclarecimiento y de gestión reformadora que, libre de tabúes recalcitrantes, debe encararse con urgencia.
Publicado originalmente en Parlamentario.com