ORDOS, China. Desde muchos puntos de vista, esta ciudad, rica en recursos, en el norte de China, es un éxito fabuloso.
Tiene enormes reservas de carbón y gas natural, una economía en rápido crecimiento y un mercado inmobiliario de tanta demanda que prácticamente ninguna casa se deja escapar cuando se pone a la venta.
Sólo hay una cosa que falta en buena parte en el nuevo y extravagante distrito central de la ciudad: gente.
La ciudad de Ordos, propiamente dicha, tiene 1.5 millones de habitantes. Sin embargo, su versión de tierra del mañana – construida en un enorme predio baldío, a 24 kilómetros al sur de la ciudad vieja – está casi desierta.
No hay tránsito en los amplios bulevares en el nuevo distrito, llamado Nueva Area Kangbashi. Los edificios de oficinas están vacíos. Son pocos los transeúntes. Y las hierbas están empezando a crecer en las lujosas villas carentes de residentes.
“Es bastante solitario aquí”, dice una mujer llamada Li Li, la gerente de márquetin de un elegante restaurante en el hotel Lido, con poca ocupación, de Kangbashi. “La mayoría de las personas que vienen a nuestro restaurante es funcionarios gubernamentales y sus invitados. No hay residentes comunes por aquí”.
Dirigentes municipales, vitoreados por constructores agresivos, esperaban convertir a Ordos en una versión china de Dubái, transformando vastos predios de árida estepa mongola en una metrópolis floreciente. Incluso, invirtieron más de mil millones de dólares en su proyecto visionario.
Sin embargo, cuatro años después de que el Gobierno municipal se trasplantó a Kangbashi, el diario paraestatal China Daily ridiculizó a la zona de 31 kilómetros cuadrados, con sus decenas de miles de casas y decenas de edificios de oficinas terminados, como el monumento “pueblo fantasma” al exceso y el optimismo fuera de lugar.
A medida que la economía china hace su agosto y alimenta un desenfrenado auge en la construcción, los críticos mencionan a lugares como Kangbashi como prueba de una burbuja especulativa en los bienes raíces, y advierten que finalmente se reventará, que provocará conmoción en todo el sistema bancario de un país que en los dos últimos años ha sido el principal motor del crecimiento mundial.
Kangbashi se proyectó para tener 300,000 residentes en este momento. Y el Gobierno dice que 28,000 personas viven en la zona nueva. Sin embargo, durante una visita reciente, un reportero, que condujo por todas partes durante horas con dos agentes inmobiliarios, sólo vio a un puñado de residentes en las urbanizaciones.
Analistas estiman que podría haber como una docena de otras ciudades chinas justo iguales a Ordos, con extensos pueblos fantasma anexos. En la ciudad sureña de Kunming, por ejemplo, una zona de casi 104 kilómetros cuadrados llamada Chenggong ha generado alarma por las vialidades, y torres de apartamentos y oficinas gubernamentales similarmente desiertos. Y en Tianjin, en el noreste, el ayuntamiento gastó profusamente en un enorme distrito, engalanado con campos de golf, manantiales calientes y miles de villas, aún vacías cinco años después de terminadas.
Todo podría parecer una mera locura de nuevos ricos si no fuera porque el objetivo nacional de China es movilizar a cientos de millones de habitantes rurales a grandes ciudades en la próxima década, con la esperanza de crear una gran clase media.
Determinar si a la expansión y reorganización de las viejas ciudades las impulsa una planeación inteligente o una locura especulativa es un reto primordial para los formuladores de políticas públicas en Bejing.
Temiendo la desigualdad y el descontento social, el Gobierno nacional chino ha batallado para controlar los precios en aumento de las propiedades y poner freno a la amenaza de la inflación, aun cuando funcionarios locales ambiciosos continúan haciendo planos para nuevas megaciudades.
Y, si los bancos paraestatales se muestran reacios a proporcionar préstamos adicionales a los constructores, prestamistas clandestinos en el mercado gris se ponen muy felices al intervenir.
Patrick Chovanec, quien imparte cátedra sobre negocios en la Universidad Tsinghua en Bejing, dice que el auge está impulsado por inversionistas frenéticos, y no por las necesidades de vivienda de millones de trabajadores migrantes.
“La gente usa los bienes raíces como inversión, como un lugar para almacenar dinero en efectivo; los tratan como al oro”, dijo Chovanec. “Están acumulando unidades vacías. Esto sucede en las ciudades de prácticamente todos los tamaños”.
Aquí en Ordos, en la escasamente poblada región de Mongolia Interior en el norte de China, no se piensa dos veces. Las grúas están por todas partes, a medida que avanzan las construcciones en un distrito financiero de 450 millones de dólares en Kangbashi, un sitio donde habrá seis enormes torres de oficinas.
La construcción de propiedades aquí tiene tanta demanda que, el año pasado, la venta de viviendas en Ordos llegó a los 2,400 millones de dólares, en comparación con 100 millones de dólares en 2004, según estadísticas gubernamentales. En ese periodo, el precio promedio por pie cuadrado de propiedad comercial y residencial aumentó 260%, a 53 dólares.
“Esta es una ciudad del futuro”, dijo Li Hong, un funcionario gubernamental, durante un recorrido reciente por Kangbashi. “Vamos a construir esto en un centro de política, cultura y tecnología. Ese es nuestro sueño”.
Sin embargo, el futuro aún no llega, a pesar de sus mejores esfuerzos por convencer de lo contrario a un visitante.
“Se puede ver que aquí hay energía real”, dijo una tarde, mirando hacia los espacios públicos, aun cuando apenas se podía ver a unas cuantas docenas de personas – presumiblemente empleados gubernamentales – en la vasta plaza, donde enormes esculturas de bronce honran al guerrero mongol Genghis Khan.
Las instalaciones desocupadas que rodean a la plaza incluyen un teatro, un teatro de ópera y un museo de arte.
Unos cuantos minutos antes, Li Hong escoltó a un reportero por un centro de convenciones vacío, de 46,452 metros cuadrados, y por un edificio de oficinas de 12 pisos que tenía vestíbulos oscuros, puertas cerradas con llave y apenas unas cuantas almas diseminadas.
“El medio que dijo que es un pueblo fantasma vino y tomó fotografías a las seis o siete de la tarde”, señaló, notando que muchos empleados gubernamentales aún se transportan desde la ciudad vieja debido a la falta de tiendas y restaurantes en la zona nueva.
“Empecé mi compañía en 1988; antes de eso, era un funcionario gubernamental de bajo nivel”, explicó Zhang Shuangwang, de 66 años, presidente del Grupo Yitai, una de las compañías privadas de carbón y transporte más grandes de la región. “En ese entonces, tenía un equipo. El Gobierno nos dio 7,500 dólares y luego nos prestó 60,000 dólares y dijo: Hagan lo que quieran". Compramos una mina de carbón”.
Dos décadas después, Zhang es multimillonario, y Wall Street está buscando a su compañía de 4,000 millones de dólares para ayudar a una de sus unidades a preparar una cotización bursátil de bonos de deuda pública.
En 2004, con los fondos fiscales de Ordos repletos de dinero carbonero, funcionarios municipales prepararon un audaz plan de expansión para crear a Kangbashi, a 30 minutos en automóvil al sur del antiguo centro de la ciudad, en terrenos adyacentes a una de las pocas reservas de la región. Debido a que las subastas de tierra son una importante fuente de ingresos en China, parte del atractivo del plan era la perspectiva de elevar el valor de la propiedad en una zona no urbanizada.
Es posible que los dirigentes municipales basen su optimismo en los ingresos financieros inesperados de los últimos años en Ordos, ubicada encima de una de las mayores reservas de carbón del mundo, los precios del cual aumentaron junto con el voraz apetito de China por la energía.
Antes empobrecida, la región ahora tiene un creciente número de millonarios carboneros y el producto interno bruto per capita (19,679 dólares) más alto del país, y las camionetas Land Rover son el principal símbolo de la nueva afluencia de Ordos.
En el arrebato delirante por construir que siguió, se saturaba de Kangbashi y sus construcciones residenciales con nombres como Aldea de la Seda Exquisita, Kanghe Elysees y Jardines Académicos Imperiales, a los compradores de casas.
Algunos compradores eran como Zhang Ting, un emprendedor de 26 años, que es uno de los raros residentes reales de Kangbashi y se mudó este año a Ordos en un impulso emprendedor.
“Compré dos lugares en Kangbashi, uno para usarlo yo y otro como inversión”, explicó Zhang, quien pagó cerca de 125,000 dólares por su departamento como inversión de 186 metros cuadrados. “Lo compré porque definitivamente van a subir los precios de la vivienda en una ciudad así de nueva. No hay ninguna razón para dudarlo. El Gobierno ya se mudó”.
Al preguntársele si le preocupa que no haya otros residentes, Zhang hizo caso omiso de la pregunta.
“Sé que la gente dice que es una ciudad vacía, pero no encuentro ningún inconveniente en vivir solo”, dice Zhang, quien pidió prestado para financiar sus adquisiciones. “Es una ciudad nueva; hay que darle algo de tiempo”.
Noticia publicada en Siglo 21 (EEUU)