Hace 75 años, el japonés Kokichi Mikimoto destruyó en un horno 720.000 perlas. Este acto tuvo resonancia mundial y ha llegado hasta nuestros días. Mediante esta acción, se comprometió a vender sólo las perlas de mejor calidad y a destruir el resto. Todavía hoy en día las perlas japonesas demandan y merecen un caché superior. El resultado es que muchos intentan hacer pasar por japonesas sus perlas, aunque su origen sea otro. Ahora, dos científicos alemanes han desarrollado un método para determinar el lugar de origen de las perlas.
La belleza de su oriente ha cautivado los corazones y las voluntades de la gente desde hace siglos. Expertos buceadores se encargaron de buscar las perlas hasta principios del siglo XX, los cuales se sumergían sin oxígeno hasta 40 metros bajo la superficie del agua para recoger ostras del fondo oceánico. El cultivo de perlas no era posible hasta que dos empresarios japoneses fueron capaces de aplicar la técnica de cultivo desarrollada por un científico australiano.
Desde entonces, Japón ha sido el centro del cultivo de perlas produciendo algunas de las mejores perlas redondas del mundo. Hace poco, China consiguió superar a Japón en la producción de perlas, pero no en su precio. Las perlas japonesas todavía son hasta diez veces más caras que sus competidoras al otro lado del Mar de Japón. Como resultado, algunos vendedores han intentado hacer pasar por japonesas perlas chinas cultivadas en agua dulce.
Esto supone un gran problema tanto para los consumidores como para los científicos puesto que incluso los expertos tienen dificultades para diferenciarlas a simple vista. Por esta razón, dos científicas de la Universidad Johannnes Guttenberg de Maguncia (Alemania) se han dedicado durante dos años a buscar una solución a este problema. Lo que han conseguido ha sido una técnica de análisis de elementos traza que es capaz de determinar el origen de las perlas.
Las dos científicas referidas, Ursula Wehrmeister, gemóloga, y Dorrit Jacob, geoquímica, sospecharon que el proceso de fabricación chino consistía en grandes volúmenes de producción acompañados de elevados niveles de estrés en los animales debido al proceso de cultivo. Según Ursula Wehrmeister, los cultivadores chinos implantan hasta 60 núcleos en una ostra, lo que supone un modo de producción biológica en serie. El estrés causado por este tipo de producción resultaría en una cantidad de perlas que no podrían ser utilizadas por la industria joyera.
El problema de la vaterita sería también más común. Los científicos de Maguncia descubrieron que las perlas chinas contenían más vaterita, no sólo en su interior sino también en su exterior, donde la sustancia forma un recubrimiento mate con puntos blancos, que hace que no sean aptas para la venta.
Los científicos pudieron por tanto utilizar un proceso conocido como espectrometría de masas con fuente de plasma acoplado inductivamente, para determinar si las perlas contenían vaterita y si ciertos zafiros habían sido tratados. En concreto, se utilizó un láser ultravioleta para cortar una muestra microscópica, de apenas un octavo del diámetro de un cabello humano. La muestra se depositó en el dispositivo de análisis con la ayuda de un gas inerte y el contenido de los elementos de traza. Sobre la base de los resultados de este proceso se puede determinar el lugar de origen de una perla.
Según Dorrit Jacob, esta técnica puede aplicarse también a otras gemas. «No es posible que todos los zafiros naranjas, y azules, que hay en el mercado sean naturales. Esto significa que a los zafiros con una coloración menos marcada, que normalmente no se pondrían a la venta, se les ha añadido un color más vivo mediante berilio», explicó.
Con un potencial de aplicación tan grande como el que tiene esta técnica, los consumidores pueden estar seguros de que recibirán aquello por lo que están pagando.
Publicado originalmente en Cordis