Esto es lo que efectivamente está implícito en aquellos lares en donde se alega la democracia, pero más bien se aplica el sistema de la ruleta rusa.
Hoy observamos atónitos a gobernantes tales como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia que la emprenden contra sus ciudadanos recurriendo a todo tipo de desmanes sustentados en procesos electorales, como si los energúmenos como Hitler pudieran ser calificados de demócratas por el hecho de contar con mayorías o primeras minorías circunstanciales. Jefferson ya había advertido sobre los peligros de "la tiranía electa".
¿Cómo es posible que seriamente se piense que cuando un déspota electo propone el cercenamiento de los derechos de tales o cuales grupo de personas, éstos deben dejarse avasallar en nombre de la democracia? ¿Estarían dando una muestra de democracia o, en verdad, de irresponsabilidad mayúscula?
Como bien explica Giovanni Sartori, allí donde no hay respeto por los derechos de las minorías no hay democracia. En el siglo XIX, Benjamin Constant escribió que "los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que vulnere estos derechos se hace ilegítima", y Friedrich Hayek enfatiza: "Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata".
Los gobernantes megalómanos de los países mencionados en esta nota tienen la manía de las reformas constitucionales al efecto de perpetuarse en el poder y así proceder a su gusto con manotazos sobre vidas y haciendas ajenas. Debe recordarse que desde la Carta Magna de 1215, toda la tradición del constitucionalismo se basa en estrictos límites al poder, y que la expansión de las facultades gubernamentales constituye una afrenta a esos documentos concebidos para mantener a los gobernantes en brete.
Ya bastante hay en Latinoamérica con la isla–cárcel cubana para que irrumpan otros monigotes que aspiran a socialismos trasnochados que han sumido sistemáticamente a los países en la pobreza y el atraso más espeluznantes. Hoy esta vertiente del subdesarrollo está liderada por el pintoresco y tragicómico coronel Chávez, en competencia por la incontinencia verbal de Castro en las épocas en que, como decía Carlos Alberto Montaner, no le daba descanso ni a la vejiga.
Hoy resuena por doquier como un megáfono gigante el "¿Por qué no te callas?" del Rey de España en la cumbre borrascosa de Chile, dirigido al ejemplar del Orinoco, en la esperanza que calme sus desbordantes cataratas de incontenible verborrea en las que, al igual que sus pares de Bolivia y Ecuador, transmite las ideas más cavernarias y retrógradas imaginables.
Da mucha pena constatar la situación de penuria por la que atraviesa tanta gente en esos países y, en lugar de encarar medidas que liberen energía creadora en el contexto de marcos institucionales civilizados, deben absorber los embates más descarados e inmisericordes contra su bienestar.
Escudarse en un supuesto régimen democrático en estas situaciones de barbarie, equivale a un grotesco escupitajo al derecho, al sentido común y al decoro más elemental. Pero no resulta posible revertir los acontecimientos mientras no se realice el esfuerzo suficiente para estudiar y difundir los fundamentos de la sociedad abierta.
Publicado originalmente en Prensa (Panamá)