A Chile lo podemos inscribir dentro de la lista de aquellos países que guardan dentro de su historia sucesos paradigmáticos. Hazañas descabelladas en donde la razón ha servido para rellenar formularios o construir normativas que garanticen una apasionada gestión. Los acontecimientos sobran y los protagonistas suman varias decenas, sin embargo hay flores mustias en la guirnalda de la memoria, mantenidas hasta hoy como leyendas.
Es el caso del sumergible Flach, que tras 141 años de su hundimiento -en la rada de Valparaíso-intenta, por estos días, emerger de las profundidades de la mano de grandes empresas auspiciadoras, un documentalista y un candidato visionario, sin que ninguno de ellos asegure a ciencia cierta, que el elemento detectado sea efectivamente el primer sumergible construido en Chile, el segundo en América y quinto en el mundo. Pura sed de aventura.
Un arma secreta
En el proceso de independencia, América Latina hizo esfuerzos mancomunados en contra de la corona. Naciones como Chile y Perú combatieron juntas la cruenta guerra contra España en los años 1865 y 1866. Este espíritu americanista tuvo como costo la destrucción total del puerto de Valparaíso; sin saldo de muertos y una pequeña cantidad de heridos gracias a excelentes planes de contingencia.
De todas maneras Valparaíso, ciudad de comerciantes e intelectuales, se le impuso un riguroso bloqueo, por lo cual activistas de la época movilizaron toda su creatividad en miras de defender un terruño que cobijaba a algunos como segunda cuna. Es el caso del ingeniero alemán Karl Flach o Gottfried Cornelius, como asegura que se llamaba su bisnieto, el doctor quilpueíno Guillermo Stegen. Flach antes de escapar a estas australes latitudes fue un revolucionario que en 1848 se alzó contra el emperador consiguiendo una frustrante derrota y un intempestivo cambio de identidad para mantenerse con vida. De esta forma adoptó el nombre de un difunto llamado Karl Flach y emprendió un viaje en el velero Australia desde el puerto de Edimburgo, junto a su esposa y una hija, al destino más remoto del globo.
Una vez instalado en Valparaíso trabajó en la maestranza Caledonia, construyendo armamento para la guerra en contra de la Confederación Perú-Boliviana. Pero la existencia de un nuevo Flach, manufacturero y padre ya de 4 hijos, no olvidaba sus ribetes aventureros, por lo que urdió un plan: un arma secreta para vencer al imperio captor.
Locuras de guerra
El historiador Francisco Antonio Encina nos narra en su Historia de Chile que eran varios los que comenzaron a crear excéntricos instrumentos de guerra: "Ventores de torpedos, brulotes, minas eléctricas, "buques cigarros" (submarinos), casi la totalidad semilocos, asediaban a toda hora al gobierno chileno, ofreciéndoles sus inventos que destruirían infaliblemente la escuadra española".
Pero quién logró capturar la atención del Presidente de la República, José Joaquín Pérez, y la autorización para la construcción del primer sumergible en la Historia de Chile y segundo en América, fue Karl Flach, ingeniero de gran destreza que había fabricado cañones de retrocarga de vanguardia en la industria armamentista de ese entonces.
El alemán de barba roja, superó las afiebradas visiones de Julio Verne, pues construyó el submarino Flach cuatro años antes de la publicación de 20 mil leguas de viaje submarino. Este hecho sin precedentes consiguió un escéptico tratamiento de parte de El Mercurio, que ya se erigía como el medio de prensa más influyente en la creación de opinión pública. El medio afirmaba: "Hay curiosidad y cierta burla en la prensa que ve dichos aparatos como una pérdida de tiempo y dinero".
Una máquina primitiva
Hecho en fierro, 12.5 metros de largo y un peso cercano a las 100 toneladas. El Flach no gastaba en combustible, pues se impulsaba a propulsión humana con pedales que movían sus dos hélices. Para hundirse trasladaba el peso de los tripulantes de un lado a otro de la nave. Como indumentaria de guerra contaba con dos cañones. La logística era resuelta sólo con una escotilla puesto que no tenía periscopio que informara sobre la posición de la nave; para saberlo se debía volver a la superficie. Una máquina experimental, por decirlo de alguna forma, que había tomado sus resguardos realizando pruebas de inmersión que aseguraban que todo saldría tal y como imaginaba la encendida mente de Karl Flach.
Un exceso de ánimo y entusiasmo despertó al alemán el día 3 de mayo de 1866. Fuera de todo pronóstico, ya que nunca avisó de un nuevo ensayo a la Armada, se aprestó a llevar a sus cuatro hijos a la aventura. Su esposa Henriette, le impidió llevar a las niñas, por lo que Flach fue acompañado solamente por su hijo varón de 15 años.
Una parte de la Gobernación Marítima, asegura que Flach desoyó los consejos del oficial naval a cargo y tampoco permitió que le engancharan una boya al sumergible para monitorear la dirección que llevaba. Simplemente se sumergió, él, su hijo y 9 tripulantes, entre los que contaban 2 chilenos, 2 franceses y otros 5 alemanes.
"A las tres de la tarde no se ha visto todavía salir al bote submarino. Como a las nueve fue la hora en que empezó su navegación. Varias veces salió a flote y volvió a bajar. La última emersión se hizo cerca del fondeadero de los vapores. Uno de los prácticos que andaba en un bote se aburrió de esperarlo y se vino a tierra. Diez hombres andan a bordo del bote submarino", informó El Mercurio.
En el fondo del mar, un arma que prometía ser el adelanto más revolucionario de la industria bélica, pasaba trágicamente a la historia. Si bien podía permanecer 8 horas sumergido y llevaban consigo víveres, las horas transcurrían sin novedad. "Desgracia lamentable", titulaba la prensa del día siguiente. El diario La Patria especulaba con una falla técnica en el sistema de inmersión al sumergirse a una presión superior a la soportable para tan arriesgado y único invento.
"Ya está perdida toda esperanza; aquellos desgraciados han perecido víctimas de su arrojo y de su falta de previsión (...) El constructor de la embarcación es un padre de siete hijos, el mayor de los cuales tendría unos catorce años, y lo acompañaba en su arriesgada empresa. Queda una viuda en el más absoluto desamparo. Esto es desgarrador", relató El Mercurio.
Articulo completo en El Ciudadano (Chile)