Hasta ahora, un cerebro muerto no era más que un (gran) montón de neuronas que habían dejado de funcionar. Los científicos acostumbran a guardar cerebros o partes de ellos para poder realizar experimentos destinados a conocer mejor su estructura. Todos estos análisis se hacen partiendo de la base de que se está trabajando sobre un trozo de tejido muerto y que éste no es capaz de realizar ninguna de las actividades que desarrolla mientras que está vivo.
Sin embargo, puede que estén equivocados. En los últimos días, ha aparecido publicado un artículo en la prestigiosa revista Nature que da cuenta de cómo un grupo de neuronas pertenecientes a la región del hipocampo de una rata fueron capaces de almacenar información durante varios segundos, a pesar de pertenecer a un cerebro muerto y cortado en trocitos.
El profesor de neurociencia, fisiología y biofísica Ben Strowbridge y el estudiante de doctorado Phillip Larimer, lograron por primera vez en la historia guardar y recuperar información de un tejido cerebral almacenado in vitro. Esta es una técnica ampliamente utilizada para realizar experimentos en tubos de ensayos o en un ambiente controlado fuera un organismo vivo. En el caso del trabajo de Strowbridge y Larimer, el tejido pertenecía a la región del cerebro denominada hipocampo, que se sabe se encarga de almacenar los recuerdos. Como parte del experimento, fueron capaces de obtener un patrón de «actividades específicas en determinadas células del cerebro». Las células en cuestión se conocen como «células de musgo» (mossy cells) y forman parte del hipocampo.
Memoria del trabajo
«Los neurocientíficos generalmente reconocen tres tipos de memoria: la declarativa, que se usa para recordar hechos o sucesos específicos; la de procedimiento, que sirve para recordar actividades como andar en bicicleta; y la de trabajo, que almacena la información en el corto plazo», explica Strowbridge. «En este experimento en particular, queríamos saber cuáles eran los circuitos específicos del cerebro que son responsables de la memoria de trabajo».
Utilizando el tejido cerebral de roedores, Strowbridge y sus colegas descubrieron que podían reproducir el funcionamiento de la memoria a través de la estimulación mediante electrodos. «El tejido cerebral muerto, aislado del resto del cuerpo, fue capaz de recordar de cuál de los dos electrodos utilizados procedía la estimulación», explica Strowbridge. «Esta información permaneció almacenada en el tejido durante 10 segundos, el mismo tiempo que se almacena naturalmente en los mamíferos, incluyendo seres humanos».
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