¿A qué se debe esta diferencia? Investigadores de la Universidad de California en San Francisco (Estados Unidos) creen tener la respuesta. Según un estudio publicado esta semana en la revista Science, los más insomnes parecen estar genéticamente programados para no echar de menos la almohada. Una mutación es la principal responsable.
Los investigadores estudiaron una extensa familia en la que madre e hija dormían regularmente una media de seis horas por noche. Después de secuenciar varios genes candidatos, descubrieron que las dos mujeres compartían una variante del gen DEC2 que no portaba el resto de sus familiares. Este gen es un represor transcripcional, es decir, un gen que bloquea la expresión de otros genes concretos. El DEC2 ya ha sido implicado en la regulación de los ritmos circadianos.
Después, los investigadores utilizaron ratones para comparar los ciclos del sueño y la actividad cerebral de los ejemplares que portan la mutación y aquellos que son normales. Los ratones mutantes no sólo dormían menos, con periodos más frecuentes de vigilia, sino que también necesitaban menos tiempo para recuperarse de un período de privación del sueño. Según los autores, mutaciones parecidas encontradas en las moscas de la fruta también condujeron a fases del sueño más cortas. Por todo ello, los investigadores consideran que los animales mutantes podría suponer un nuevo modelo para estudiar el sueño humano.
El estudio proporciona nuevas pistas para estudiar los efectos del sueño sobre la salud humana. Mientras tanto, a alguno puede servirle de excusa para pasarse buena parte de la noche delante del televisor o del ordenador.
Noticia publicada en ABC (España)