“Siento fuertes punzadas en el vientre”, dice Sandra, quien va por el octavo mes de gestación de su primogénito. Esta situación la inquieta mucho, así que acude a un especialista.
El obstetra le dice que el bebé tiene movimientos bruscos y que los siente más porque el espacio es reducido. Lo interesante es que el feto se mueve así porque, entre otras razones, empieza a tener sueños a partir de los siete meses.
“A esa edad, el feto tiene desarrollado, casi por completo, el sistema nervioso, por lo que comienza a tener experiencias intrauterinas; estas vivencias pueden ser con la luz, con la música y otros sonidos, estímulos que se relacionan con lo sensorial”, dice el psicólogo Guillermo Soria.
Según un estudio del cerebro de fetos de oveja inmaduros, neurocientíficos de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, en Alemania, en colaboración con el matemático Karin Schwab, han demostrado que estos animales sí sueñan antes de nacer, incluso semanas antes de que aparezca el movimiento rápido del globo ocular. Las conclusiones podrían extrapolarse al ser humano.
Soria está de acuerdo con el hecho de que el feto tiene sueños y recalca que se debe a que el sistema nervioso del bebé está listo para recibir y procesar información. Eso sí —aclara—, los sueños son básicos, porque el desarrollo no está completo.
Los estímulos
En el útero, el bebé responde a los estímulos externos (luz, ruido, caricias), o a los que le transmite la madre, sea la comida que ella injiere o la presión cuando se echa de panza. Entonces, el feto recapitula esas vivencias, datos que dejan residuos llamados sueños, vale decir, reacomoda la información.
Queda aclarar que el feto no tiene pesadillas y no hay estudios que comprueben que estímulos extremos se las produzcan. Tampoco que los sueños le provoquen traumas futuros.
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