De acuerdo con el director del Laboratorio de Neurociencias de la Universidad Iberoamericana, Óscar Galicia, el humo del cigarro produce en el cerebro el fenómeno denominado “tolerancia farmacológica”; es decir, que al paso del tiempo, el cuerpo del fumador pide dosis más elevadas para sentir que se cumple el nivel de satisfacción que le da el tabaco.
El especialista señala que aun cuando una persona logra dejar de fumar por un tiempo, si vuelve a “echarse un cigarrito”, su cerebro de inmediato recuerda la sustancia y por consiguiente regresa al vicio.
“Una vez que se presenta la adicción, la configuración cerebral cambia de tal manera que el órgano más importante del cuerpo recuerda la sustancia y sus efectos toda la vida”, explicó el especialista en neurociencias. Esto se debe a la llamada memoria celular. El sistema nunca olvida la sensación de placer que causa una sustancia ni cuánto se necesitaba consumir para llegar al estado ideal.
De acuerdo con el académico, la nicotina tarda 30 segundos en llegar al cerebro luego de una bocanada, esta sustancia estimula varios sistemas de neurotransmisión como el sistema dopaminérgico que se relaciona con la capacidad de sentir placer.
Asimismo indicó que otros estudios demuestran que la nicotina puede funcionar como antidepresivo, pues hace que el sujeto se sienta mejor cuando está triste y eleva el estado de ánimo.
“Está comprobado científicamente que cuando pacientes siquiátricos fumadores presentan un episodio de depresión, el consumo de cigarros aumenta”, afirmó Galicia. Sin embargo, hay personas que no tienen problemas mentales, pero que asocian al cigarro con momentos especiales de su vida, “es un engaño sicológico, pues se piensa que las sustancias son las que nos hacen disfrutar al mundo”, comentó.
Está comprobado que cuando un fumador ingiere alcohol o café crea un patrón de asociación y aumenta su consumo de cigarros.
Noticia publicada en Excelsior (México)