En un artículo publicado en el último número de la revista Nature, un equipo internacional de científicos explica la solución al problema de la dehiscencia prematura de las semillas de la colza. La colza tiene unas semillas negras y diminutas que son ricas en aceite, el cual puede emplearse para cocinar, elaborar margarinas o fabricar biodiésel. Además, la sustancia que queda tras extraer el aceite puede aprovecharse para elaborar piensos para animales.
Pese a todo, los agricultores y la comunidad científica aún no han conseguido controlar el mecanismo de dispersión de las semillas de la colza, puesto que son muchas las vainas que se rompen y desprenden sus semillas antes de la cosecha del cultivo. En los casos más extremos puede llegar a perderse hasta el 70% de las semillas. Por si fuera poco, estas semillas pueden llegar a germinar y, así, contaminar el próximo cultivo del ciclo de rotación. Recoger las semillas antes de que esto ocurra no es una solución viable, dado que se incluirían en la cosecha semillas inmaduras de peor calidad.
En el estudio referido, los investigadores examinaron el fenómeno de la dehiscencia prematura en la Arabidopsis thaliana, que goza de un uso muy extendido entre los botánicos y que guarda un estrecho parentesco con la colza. Centraron sus pesquisas en la estrecha franja de células por la que se rompen las vainas.
El desarrollo de las estructuras de muchas plantas se inicia por la presencia de concentraciones elevadas de hormonas vegetales como la auxina. Sin embargo, en este caso ocurre lo contrario: es la ausencia de auxina la que incita la formación de la franja de ruptura.
Curiosamente, se trata del primer caso en el que la ausencia de una hormona guarda relación con el desarrollo de una estructura u órgano, tanto en plantas como en animales. Los científicos aventuran que, tratándose de una estructura cuya anchura se limita a unas pocas células, en la práctica podría resultar más simple sacar la auxina de las células que crear y mantener concentraciones elevadas de esta hormona en las mismas.
«Por cuanto sabemos, es la primera vez que se documenta un nivel mínimo necesario para el funcionamiento de una molécula de señalización, tanto en plantas como en animales, por lo que se trata de un concepto nuevo en la parte de la biología que se ocupa de las hormonas», afirman los investigadores.
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