La Estación Espacial Internacional (ISS) no es, como se creía, un paraíso de armonía, en el que reina la hermandad entre astronautas de distintos países.
El cosmonauta ruso, Guennadi Padalka, comandante de la expedición número 19 a la ISS, a la que acaba de llegar el pasado sábado, se queja, en una entrevista ofrecida antes del lanzamiento al rotativo ruso, «Nóvaya Gazeta», del sectarismo que se ha instalado en la plataforma orbital desde que, según sus propias palabras, «los funcionarios, que ignoran en qué condiciones trabajamos en el espacio, decidieran meterse por medio».
A Padalka le duele en especial que sus compañeros estadounidenses no le dejen utilizar su váter, mucho más perfeccionado y cómodo que el que se fabrica en Rusia. Lamenta también que ya no haya intercambio de viandas e incluso que los rusos no puedan hacer uso de los aparatos de gimnasia de la NASA para mantenerse en forma.Cada uno lo suyo
El cosmonauta ruso asegura que el desbarajuste comenzó en 2003, cuando Roskosmos, la agencia espacial rusa, empezó a cobrar casi hasta por el aire a los astronautas de otros países. «La contramedida fue que los americanos decidieron separar los recursos», señala. Según sus palabras, «la cosa ha llegado al punto de que cada uno debe utilizar sólo los retretes instalados por su país».
A este respecto, Padalka afirma que «el segmento ruso de la estación deja mucho que desear en comparación con el americano o el europeo». «Nuestros módulos están construidos con tecnología de los años 80. En 18 años, la industria espacial rusa no ha creado nada nuevo», constata contrariado. Según su opinión, el equipamiento del sector ruso de la plataforma orbital tiene un retraso tecnológico de entre «7 y 30 años».
Al cosmonauta le parece también excesivo que «no podamos ni compartir la comida, los rusos tenemos nuestros alimentos y los americanos los suyos». Cree que tal situación enrarece el ambiente. «Son detalles que tienen un efecto nefasto sobre nuestro trabajo y te bajan la moral». Relata cómo antes del actual vuelo preguntó si podría o no hacer uso de la bicicleta estática americana y «me dijeron que no, luego que sí y, al final, ha sido que no».
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