Sin embargo, en el abanico vegetal que nos ofrece este patrón alimenticio, hay un producto que sobresale de los demás en esta materia. Se trata del tomate.
Esta hortaliza ya se cultivaba 700 años a.C. en México, y en el antiguo Perú antes de la formación del Imperio Inca. Los españoles lo introdujeron en Europa hacia 1540, extendiéndose con facilidad su cultivo por toda la zona mediterránea.
Los primeros tomates que se cultivaron en Italia eran de color amarillo y en 1554 fueron descritos por el botánico italiano Pietro Mattioli como “pomo d"oro” (manzana dorada), de aquí el nombre de “pomodoro”.
El elemento determinante de los beneficios del tomate en la lucha contra los accidentes cardiovasculares es el licopeno. Se trata de una sustancia responsable de la capacidad antioxidante de esta hortaliza sobre el colesterol LDL, el llamado “colesterol malo”. Presente también en alimentos como el melón, los chiles rojos, la sandía, la papaya, las zanahorias, el pomelo rosado o el albaricoque, el licopeno contrarrestra los efectos de los radicales libres, moléculas que provocan la oxidación de las células y, con el tiempo, su muerte.
Las personas cuyo organismo presenta una mayor absorción de licopeno, tienen menos posibilidades de ser víctimas de ataques cardiacos.
Pero los beneficios del licopeno no terminan ahí. De hecho, está demostrada su eficacia preventiva contra ciertos tipos de cáncer, como el de próstata, pulmón, colon o tracto digestivo, y existen evidencias científicas de su acción en contra de la degeneración macular, principal causa de ceguera en las personas mayores de 65 años.
Aunque se desconoce la cifra óptima de consumo de licopeno, en relación al cáncer de próstata, cantidades de 6,5 miligramos al día se han demostrado efectivas para ayudar a reducir el riesgo.
Las distintas variedades o la forma de cocinar el tomate, influyen en la cantidad y el grado de aprovechamiento del licopeno.
Como antioxidante, la mejor manera de consumirlo es frito, ya que se asimila especialmente bien por el organismo, al igual que asado o en sopa. Sus efectos son entonces mucho más potentes que si se consume en crudo. La presencia de licopeno en el tomate frito es de unos 25 miligramos por cada 100 gramos, mientras que en el tomate fresco es de en torno a los 2 miligramos por cada 100.
Además, hay que tener en cuenta que, a mayor grado de madurez y de pigmentación, mayor es el contenido de licopeno. La variedad “pera” es, por ejemplo, diez veces más rica en esta sustancia que los de ensalada.
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