Hasta ahora, los científicos pensaban que la nicotina tenía que migrar al cerebro, previo paso por los pulmones y el torrente sanguíneo, para conseguir sus efectos.
Sin embargo, un equipo investigador de la Universidad de Oporto (Portugal), del Instituto Internacional de Neurociencia Edmon y Lily Safra de Natal (Brasil), de la Virginia Commonwealth University y de la Duke University (EEUU) ha descubierto que existe un segundo camino de reconocimiento de la nicotina que probablemente contribuya a la adicción.
Y es la boca el lugar en el que se encuentran esos receptores, que son responsables de la activación de la corteza gustativa en la ínsula (un área cerebral). Los científicos llegaron a esta conclusión tras modificar genéticamente ratones de laboratorio para que no tuvieran la proteína TRPM5, relacionada con el reconocimiento de sabores amargos (como la nicotina o la quinina).
A pesar de no sintetizar esa proteína, los ratones fueron capaces de distinguir la nicotina de la quinina y del agua por un camino independiente al sentido del gusto. Los investigadores explican que la nicotina estimula dos sistemas en la boca: uno relacionado con el sabor amargo y otro específico de la nicotina. Los receptores de la nicotina presentes en las papilas gustativas producen la activación neuronal de la corteza gustativa, que está en la ínsula.
Se sabe que los daños en esa región cerebral pueden terminar de forma instantánea con la adicción a la nicotina, por lo que los científicos estudian ahora si los receptores bucales están relacionados con los efectos de esa sustancia en el cerebro. De ser así, su bloqueo podría convertirse en un arma eficaz contra el tabaquismo.
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