En un artículo publicado en la revista Cell Metabolism, científicos italianos y estadounidenses explican que las grasas insaturadas, como las que contienen el aceite de oliva, los aguacates y los frutos secos, estimulan la producción de una molécula que reprime los impulsos de comer.
Estudios anteriores ya habían demostrado que el acto de comer provoca que ciertas células de la pared intestinal produzcan una hormona denominada oleoiletanolamida (OEA). Cuando se administra como fármaco, la OEA reduce el apetito, disminuye el colesterol en la sangre y favorece la pérdida de peso.
En esta investigación reciente, los científicos descubrieron que las grasas ingeridas en nuestra dieta son las que provocan la secreción de OEA. Las proteínas y carbohidratos no tienen el mismo efecto, aunque se sabe que las proteínas regulan el apetito de otro modo.
En concreto, son las células de las capas superficiales del intestino delgado las que convierten el ácido oleico, como el que contiene el aceite de oliva, en OEA. Seguidamente, alcanza las terminaciones nerviosas, que son las que mandan mensajes supresores del apetito al cerebro, donde dichos mensajes activan un circuito que genera la sensación de saciedad.
Los científicos opinan que, partiendo de sus descubrimientos, se podrían desarrollar nuevos tratamientos para la obesidad y otros desajustes dietéticos y que éstos podrían controlar el apetito mediante el aumento de los niveles de OEA o impidiendo su descomposición.
Noticia publicada en Universidad Siglo XXI (España)