El comienzo de la historia se remonta a la década del "60. En aquel entonces, los científicos se propusieron crear la vacuna contra las dos enfermedades que más asustaban en la época, la bronquiolitis y el sarampión. Y siguieron el mismo método de Jonas Salk, quien en 1955 había descubierto la vacuna contra la terrible poliomielitis.
Salk se había basado en el principio de inyectar el virus muerto para que el organismo desarrollara la inmunidad. Eso mismo hicieron estos científicos, e inyectaron a 200 chiquitos negros de un barrio de Washington. En el invierno, 80 por ciento de esos niños, lejos de estar protegidos, tuvieron que ser internados porque se les agravó su enfermedad. Y lo peor: dos nenes, de 14 y 16 meses, murieron.
"Lo que más llamó la atención es que, a esa edad, los nenes no se mueren por bronquiolitis. Por eso se les hizo una autopsia, que demostró que tenían los pulmones llenos de sincicial, que es el virus respiratorio que provoca la bronquiolitis", explica a este medio el médico pediatra Fernando Polack, líder del equipo de científicos argentinos y director ejecutivo de la Fundación para la Investigación en Infectología Infantil (Infant) y el Pan-American Infant Network en Johns Hopkins University.
Esa falla paralizó a los investigadores. Y por ese motivo, aunque la enfermedad mata a medio millón de lactantes anualmente en el mundo, nadie se animó a crear otra vacuna para combatirla.
Preocupado desde hace mucho por el tema, en 2000 Polack pudo confirmar que el anticuerpo inyectado era justamente lo que había hecho mal a los pequeños. Para descubrirlo, el pediatra viajó a Washington y logró ver los cadáveres y que le dieran una partecita de los pulmones para investigarlos.
La pregunta clave, entonces, fue: ¿Por qué los anticuerpos les hicieron mal? La respuesta llegó este año, tras una serie de análisis realizados en Infant, que está en Condarco y Rivadavia, pleno barrio de Flores.
"Los anticuerpos tienen que tener una fuerza especial para pegarse al virus y así bloquearlo. Si el anticuerpo no tiene esa fuerza, termina desencadenando una enfermedad autoinmune. En el cuerpo hay receptores (llamados Toll) que reconocen distintos gérmenes. Si la vacuna es capaz de reconocer y activar los receptores Toll, es efectiva porque adquiere la fuerza para activar la bronquiolitis. La vacuna del "67 no había activado los receptores Toll, por eso hicieron daño", explica Polack.
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