Ya se intuía que los matemáticos y los científicos usan la belleza como “indicio” o pista hacia la verdad en la resolución de problemas matemáticos.
Por ejemplo, en 1954, según explica un comunicado de la citada universidad, el matemático francés Jaques Hadamard escribía en su libro “Psicología de la invención en el campo matemático”, que el sentido de belleza parece ser casi el único móvil útil para el descubrimiento en matemáticas.
Sin embargo, hasta ahora, esta intuición no había pasado de ser meramente anecdótica, y la naturaleza de la relación entre verdad y belleza seguía siendo un misterio.
Antecedentes
En 2004, Rolf Reber (de la Universidad de Bergen), Norbert Schwarz (de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos) y Piotr Winkielman (de la Universidad de California en San Diego) sugirieron –basándose en evidencias que ellos mismos revisaron- que la experiencia común subyacente tanto a la belleza percibida como a la verdad juzgada es la fluidez del procesamiento mental.
De hecho, un estímulo procesado con mayor facilidad genera en quien lo percibe un efecto más positivo. Así, por ejemplo, cualquier sentencia que pueda ser leída y comprendida con claridad tiende más a ser juzgada como verdad.
Los investigadores apelaron entonces a esta fluidez de procesamiento para tratar de explicar una amplia gama de fenómenos, incluyendo las preferencias en marcas comerciales, o la ausencia de recepción de teorías matemáticas que son difíciles de comprender.
Llevada al campo del razonamiento matemático, la fluidez de procesamiento mental, derivada bien de la familiaridad con los problemas bien de las características mismas de cualquier tarea, debería incrementar también la intuición o juicio de verdad.
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