Miguel Enrique Reyes tiene la tez clara pero un poco menos que su hija, que posiblemente heredó el color de piel de sus bisabuelos españoles. Ella también tiene el pelo tan lacio y negro como el de su madre, Elisa Ávila, natural de Miches, cobriza, algo menos que el mayor de sus tres hijos y completamente diferente al más pequeño, que tiene el pelo ondulado y la carita ligeramente más ancha.
“Tenemos algunos familiares parecidos”, remata la madre con una sonrisa placentera.
Sin haber salido nunca de este lugar, los Reyes Ávila encarnan el mestizaje en el sentido más estricto de la palabra y son quizá el último tramo de una ruta que la especie humana inició hacia las Antillas entre los 6000 y 1000 AC, pasando por las tres oleadas migratorias (indios americanos, españoles y africanos) que más o menos definieron el perfil genético de los dominicanos.
Ahora, cuando la huella dejada por la humanidad sigue siendo un misterio que la ciencia trata de desentrañar, un grupo de investigadores ha descubierto la presencia de genes de nativos de las islas Canarias (blancos y de ojos azules conocidos como guanches) y del tipo euroasiático en un porcentaje de la población dominicana actual, tal como en su fase preliminar encontró rastros genéticos de indios taínos en hasta un 18 por ciento del mismo conglomerado.
El hallazgo fue hecho por un equipo multidisciplinario de la Universidad Central del Este y de la Universidad de Puerto Rico, recinto Mayagüez, que hace dos años inició el estudio para conocer, a partir de pruebas de ADN (ácido desoxirribunuclieco) mitocondrial (que se hereda únicamente por vía materna), el origen de los primeros pobladores de la isla y para determinar la composición genética de sus habitantes.
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