Pocos, pero selectos. Esta podría ser la frase de identidad de aquel mínimo porcentaje de monógamos del reino animal que han dado muestra de una irreductible vocación de lealtad con sus parejas y que llevan en sí un estricto cumplimiento de la muy célebre frase nupcial "hasta que la muerte los separe". Una acotación que quizá sobra: la especie humana hace parte de esta categoría pero de manera intermitente; en términos de fidelidad conyugal es, por decirlo de alguna manera, "anfibia".
Investigadores de la Universidad de Emory en Georgia (Estados Unidos) han adelantado una serie de investigaciones cuyos resultados reflejan la existencia de un gen que regula la cantidad de vasopresina, una hormona antidiurética que en algunas especies genera fuertes vínculos, como es el caso de los ratones de pradera. En su momento, los investigadores publicaron en Nature los resultados de un experimento en los que un promiscuo roedor de pantano se convirtió en un eximio representante de la fidelidad de pareja después de que se le introdujo el respectivo gen en el cerebro a través de un virus.
Según la explicación de los científicos, la vasopresina logra activar en el cerebro un centro de gratificación neuronal en el momento de estar copulando, lo que genera en ciertos animales una conexión casi indisoluble. Posiblemente, esta sea una parte de la explicación del porqué los pingüinos, los cisnes, los loros, las cigüeñas, las palomas, las ballenas, los puercoespines, algunos lobos y uno que otro primate no se separan de sus parejas ni siquiera ante las situaciones más extremas.
De acuerdo con los investigadores, la evidencia científica apunta a que la diferencia entre la monogamia y la poligamia puede estar relacionada con la forma como actúan los correspondientes patrones de recepción de la vasopresina en cada una de las especies. Esto es lo que marca la diferencia entre monos promiscuos y monógamos, según explicó Miranda Lim, PhD del Centro de Neurociencia Conductual de la Universidad de Emory.
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