Nadie diría hoy que ser viejo equivale a estar enfermo, aunque ningún fármaco puede evitar las canas y las arrugas, ni la pérdida de agilidad y vigor. Pero la agencia del medicamento estadounidense, la FDA, ya ensaya medicamentos en animales para retrasar el envejecimiento. No es que la píldora de la eterna juventud esté al caer, ni mucho menos, pero el interés de las compañías farmacéuticas por buscar una cura para el deterioro físico es cada vez mayor. La razón es que los científicos se han dado cuenta de que envejecer no es un imperativo de la evolución, sino un proceso alterable. ¿Sería posible retrasarlo mucho? ¿Incluso evitarlo? Son preguntas hasta hace poco dentro del ámbito de lo fantástico, pero que hoy generan investigaciones de primera línea. Los hallazgos de los últimos años han hecho que hasta los científicos más ortodoxos, los mismos que ven en las proliferantes terapias antiedad sólo un producto de mercadotecnia, se planteen cómo prolongar la vida humana.
Aunque habrá que tener paciencia. Ninguna de las sustancias en pruebas se ha mostrado por ahora efectiva, según se explica en un reciente artículo de la revista Nature. Pero se sabe, por ejemplo, que en levaduras, en la mosca de la fruta y en el gusano Caenorhabditis elegans un compuesto llamado resveratrol presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces afecta la actividad de un gen implicado en la longevidad. También se sospecha que un antibiótico antifúngico y un fármaco empleado en la diabetes podrían interferir con la acción de genes similares. Lo mismo que un antitumoral en pruebas.
Tras este nuevo filón farmacéutico hay un cambio de paradigma científico: que el envejecimiento biológico no es una consecuencia inevitable del paso del tiempo. Por ejemplo, no había muchos viejos hace 50.000 años, aunque los genes de aquellos primeros Homo sapiens fueran como los nuestros.
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