Alrededor de 2 mil conjuntos arquitectónicos amurallados rodeaban a Teotihuacán y en ellos estaban incrustados por lo menos un centenar de “barrios” en donde vivía gente proveniente de varios puntos de Mesoamérica, la cual se dedicaba a múltiples oficios en esa extensa periferia del área monumental prehispánica.
Artesanos, arquitectos, albañiles, lapidarios y fabricantes de indumentaria habitaban en grandes manzanas, en donde perfeccionaban el oficio que ejercían cotidianamente en la colorida ciudad teotihuacana.
Estos espacios domésticos, cuyos muros y pisos que, pese a las centurias, lucen todavía decorados con pinturas, trasladan a los visitantes a un remoto pasado en el que se vislumbra el ambiente cotidiano de una familia teotihuacana.
En esas pinturas plasmadas al fresco, los teotihuacanos dejaron testimonio de sus actividades diarias, su forma de vida, su pensamiento y sus creencias, a través de las cuales se tienen elementos para imaginar cómo era la vida en la antigua ciudad mesoamericana, cuyo origen se remonta al siglo I dC, hasta su colapso –según apuntan los especialistas– que ocurrió hacia el año 700.
A unas semanas de que inicie una nueva temporada de investigaciones de campo en las inmediaciones de la zona arqueológica, la especialista Verónica Ortega explica que “90 por ciento de la extensión territorial de Teotihuacán se encuentra debajo de los poblados y municipios actuales, periféricos al sitio prehispánico.”
Noticia completa en La Jornada (México)