El icosaedro regular es un cuerpo geométrico de veinte caras triangulares, uno de los cinco sólidos que fascinaban a los pitagóricos en la Antigua Grecia.
Pero al doctor Fernando Audebert, investigador del Conicet y director del Grupo de Materiales Avanzados de la Facultad de Ingeniería de la UBA, esta figura no sólo lo deslumbra por su belleza o su armonía, sino también por las propiedades impensadas que diminutas partículas con esta forma pueden otorgarle al aluminio.
Para lograr esta suerte de alquimia, de sorprendente transmutación del aluminio, los científicos utilizan técnicas especiales que enfrían el metal líquido a... ¡un millón de grados por segundo!
"Fundimos el aluminio con otros elementos a 1100 o 1200 grados y lo enfriamos mil grados en un milisegundo -explica el investigador-. En ese proceso retenemos partículas icosaédricas, como si fueran núcleos, y eso le aporta al material una resistencia muy alta. El secreto está en la combinación de elementos, en el procesamiento de las aleaciones y en cómo se las enfría."
Para alcanzar esa velocidad de enfriamiento utilizan una técnica que consiste en verter el líquido caliente sobre una rueda de cobre que gira a altísima velocidad en una cámara de vacío. "El chorro se solidifica sobre esa superficie y sale en forma de cinta o fleje, con la matriz nanométrica que le da muy alta resistencia mecánica -cuenta el ingeniero-. Lo que se hace después es picarlo, molerlo y compactarlo."
Y enseguida agrega: "Otra virtud que tiene este material es que pierde poca resistencia mecánica al volver a calentarse. Se logra tres o cuatro veces más resistencia mecánica a altas temperaturas, pero con menos peso. El truco está en la densidad: una aleación de aluminio tiene una densidad de tres, frente a una de hierro, que tiene 7,8, o de titanio, que tiene 4,6". Esto otorga ventajas para la fabricación de máquinas que consuman menos combustible o motores más potentes.
Noticia completa en La Nación (Argentina)