Con sus 3.776 metros de altura, el Fujiyama es uno de los mayores volcanes del mundo, aunque está dormido y no ha presentado síntomas de actividad recientemente.
La última vez que rugió fue en diciembre de 1707 y, aunque su violenta erupción no estuvo acompañada de lava, el monte sagrado lanzó a la atmósfera en apenas 16 días alrededor de 800 millones de metros cúbicos de ceniza, el equivalente al volumen de 425.000 piscinas olímpicas, causando diversos desastres.
En Japón se la conoce como la erupción Hoei, por haber sucedido en el cuarto año de este período histórico nipón.
La capa de ceniza alcanzó los cuatro centímetros de espesor en Tokio (entonces conocida como Edo), que se encuentra a unos 100 kilómetros del volcán, mientras que en los alrededores del cono la ceniza superó los tres metros de altura.
La erupción provocó la pérdida de cosechas y cultivos, además del desbordamiento de algunos ríos próximos, como el Sakawa, por la acumulación de sedimentos en su cauce, aunque no provocó ninguna muerte.
Ante la perspectiva de que el Fuji pueda abandonar su letargo, el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Tokio ha organizado una exposición divulgativa sobre este majestuoso volcán japonés, con el objetivo de recordar el pasado y prevenir posibles desastres en el futuro.
En 2000 y 2001 un estudio detectó indicios de actividad al registrar varios terremotos de baja intensidad bajo el fotogénico cono perfecto del Fujiyama, de 50 kilómetros de diámetro en su base.
Los riesgos de una nueva erupción son considerables ya que el monte se encuentra en la mitad de la franja costera que une Osaka, Nagoya y Tokio, las tres mayores ciudades del país, y que acogen a más de la mitad de los 130 millones de habitantes de Japón.
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