La cueva de Sidrón suma y sigue. El balance de la campaña cerrada el pasado fin de semana es, una vez más, altamente positivo. Cincuenta y cinco piezas óseas, algunas de gran interés, dan idea del gran filón que supone para los investigadores la cueva piloñesa, un reducto que se ha convertido en el gran referente de la especie neandertal.
Después de haber localizado casi 1.400 fósiles, da la sensación de que ya nada que aparezca puede sorprender a los arqueólogos. Sin embargo, el equipo que dirigen Javier Fortea y Marco de la Rasilla parece tener la suerte de cara y consigue superarse cada año. La estrella en esta ocasión se hizo esperar, pero acabó asomando entre los sedimentos de la galería. Se trata de un extraordinario maxilar, una de las pocas piezas que faltaban para completar el esqueleto neandertal.
Desde hace algún tiempo, arqueólogos y paleoantropólogos suspiraban por encontrar la cara del hombre de Sidrón, algo que, con este hallazgo, casi se ha conseguido, si se tiene en cuenta que se trata de un maxilar casi completo, con todos sus dientes, a excepción de tres incisivos, que se han localizado muy cerca. El maxilar conserva el paladar, la parte inferior de la fosa nasal y los senos maxilares muy desarrollados; es, en resumen, la mitad inferior de la cara, y, en palabras de Antonio Rosas, paleoantropólogo del CSIC, «una pieza maravillosa».
A falta de un examen más detallado, los expertos creen que se trata del maxilar de un adulto joven -así lo indica el escaso desgaste de sus piezas dentales-, que puede ser el mismo al que pertenece una de las hemimandíbulas que forman parte del primer grupo de fósiles que se conocieron de la cueva de Sidrón. Presenta, como es común en la especie neandertal, un acusado prognatismo facial, lo que se suele describir como cara adelantada. El maxilar es ancho y corto, muy en consonancia con lo que se ha visto en las mandíbulas ya estudiadas. Es una variedad de los neandertales del Sur, que presentan una cara ligeramente más ancha en relación a los de otras zonas.
Noticia publicada en La Nueva España