Menos de un minuto después de que apareciera la punta de un hueso en la cuadrícula G-9 de la cueva de El Sidrón, el equipo de paleontólogos al completo se paró en seco y abandonó rápidamente la galería. Y no porque encontrar un fósil allí, en el yacimiento de neandertales más rico de España, sea una novedad (ya se han extraído en esa misma cueva asturiana más de 1.400 fragmentos de neandertales de 43.000 años de antigüedad), sino porque ese hueso en concreto parecía reunir las características precisas para ser incluido en la selecta y reducida lista de fósiles de los que es posible extraer ADN.
Si se confirmaba la sospecha, sería la quinta ocasión (sólo cinco entre centenares de hallazgos) en que algo así sucedía. Y esa sola posibilidad era más que suficiente para que el pasado viernes, y en presencia de un equipo de ABC, se pusiera en marcha uno de los protocolos de extracción de fósiles más novedosos y exclusivos de la Paleontología moderna. Un método científico puesto a punto por investigadores españoles y del que depende, en gran medida, el éxito de uno de los proyectos científicos internacionales más ambiciosos del momento, el capitaneado por el biólogo Svante Paabo, director del Departamento de Genética Evolutiva del Instituto Max Planck en Leipzig, Alemania: obtener el genoma de un hombre de Neandertal, la «otra especie» inteligente, que se extinguió poco después de la llegada de Homo sapiens a Europa.
La suerte del hallazgo de este fósil tan especial correspondió, por segunda vez en esta misma campaña de excavación, a Araceli, una joven estudiante de quinto curso de Historia en la Universidad de Oviedo, que este año colabora con el equipo de investigadores asturianos dirigidos por los arqueólogos Javier Fortea y Marco de la Rasilla.
Nueve neandertales
Como en las ocasiones anteriores, nada más aparecer el fragmento todo el mundo abandonó de inmediato la galería donde se encuentra el yacimiento, un ramal de apenas 27 metros de longitud y a 250 metros de la entrada del sistema cárstico más famoso de Asturias. Precisamente allí, por razones aún no del todo aclaradas, se acumularon los restos de por lo menos nueve neandertales hace más de 40.000 años, en una época anterior a la llegada de Homo sapiens, nosotros, a la península ibérica.
La tradición en este yacimiento paleontológico sigue la sencilla regla de «quien lo encuentra, lo saca», así que le tocó, de nuevo, a Araceli volver a entrar a la galería para extraer el precioso fósil. Aunque esta vez lo haría de una forma muy especial: sola y ataviada con un aparatoso traje de seguridad biológica, el mismo atuendo que visten los investigadores para evitar el contagio de un virus mortal en una zona infectada. «Sólo que aquí -explica Antonio Rosas, el paleontólogo del CSIC responsable del estudio de los neandertales de El Sidrón- lo hacemos justo con el objetivo contrario, evitar que los fósiles se contaminen con nuestro ADN. Toda precaución es poca para lograr que estos restos tan valiosos no se impregnen, por contacto, con ADN humano moderno».
No son palabras vacías. Como medida de seguridad adicional, todos los miembros del equipo han sido tipificados genéticamente. De esta forma, en caso de contaminación accidental de alguna de las muestras (por ejemplo por un contacto involuntario), será posible aislar el ADN del responsable y seguir adelante con la investigación. «Es el único yacimiento del mundo en el que se trabaja de esta forma -asegura Rosas-. Se trata de una nueva manera de hacer paleontología en la que somos pioneros y que, inevitablemente, acabará por extenderse».
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