El Proyecto Amaya Uta 2007 de excavaciones arqueológicas, ubicado en la localidad de Huayllani/ Cóndor Amaya, es la primera fase de un ambicioso programa que incluye la puesta en valor del yacimiento y su gestión cultural y turística. Cuenta con el auspicio de la Embajada de los Países Bajos, y su duración está prevista para tres meses, habiéndose iniciado a mediados de julio. De tal manera, los resultados que se tienen son preliminares, pero no por ello menos importantes.
El primer reporte científico que se tiene, corresponde al arqueólogo Jedú Sagárnaga, quien en 1997 encabezaba a un equipo de investigadores que realizaban una prospección de la zona. “Trabajábamos allí por encargo del Departamento de Medio Ambiente del Servicio Nacional de Caminos que en aquél entonces construía la carretera Patacamaya – Tambo Quemado con un financiamiento del BID. Dadas las poco usuales características del chullperío (término que comúnmente designa al conjunto de chullpares), nuestra inicial intención fue la de realizar allí una primera fase de investigaciones con el fin de entender su significado y los procesos socio-históricos allí acaecidos, que no fue posible por la negativa del BID de disponer de recursos adicionales para tal estudio. Sin opciones alternativas, mi grupo y yo nos retiramos de allí con la incertidumbre de la fecha de nuestro retorno, pero seguros de que ella llegaría”.
Tal como vaticinó Sagárnaga, quien volvió periódicamente al sitio en compañía de sus alumnos de la carrera de arqueología de la UMSA, a principios del 2001 la trágica noticia de que una torre funeraria se había derrumbado lo obligó a retornar por más tiempo al lugar, donde pudo constatar que las intensas lluvias y la inestabilidad del terreno habían ocasionado el colapso de una torre en el sector que etnográficamente recibía el denominativo aymara de “Quimsa wila chullpa”, que en castellano significa “las tres torres funerarias rojas”, ya que allí se erguía un majestuoso trío de torres pintadas de rojo.
Se trataba de torres de inusual tamaño (de aproximadamente 7,5 m de alto), emplazadas en una loma baja un tanto aisladas de las otras. Su tamaño, color y emplazamiento geográfico particular, no debió ser casual. Tal vez allí fueron inhumados personajes de importancia singular durante el Horizonte Tardío, pues es a ese período al que tentativamente los arqueólogos afilian éstas y la mayoría de torres de la localidad.
Alarmados por el deterioro en el que encontraron el lugar, Sagárnaga y su equipo comenzaron una ardua lucha en el afán de conseguir la atención necesaria para la preservación del tesoro, sin embargo la respuesta no fue la esperada. “Hemos –literalmente– peregrinado ante las autoridades de Cultura, de Turismo y prefecturales además de escribir varios artículos en la prensa local e internacional advirtiendo sobre el peligro que corre el resto de estructuras, y la necesidad de estudiar y conservar esta importante localidad arqueológica. Nunca nos proporcionaron una efectiva colaboración, a no ser que en su delirio crean que dar una palmada en la espalda o rubricar una carta se constituya en una”, se queja el arqueólogo.
Ante los oídos sordos, la ayuda ha debido llegar de otras fuentes. El Lic. Alberto Arghatha, asesor general de la Comisión de Desarrollo Sostenible, Económico y de Infraestructura del Honorable Senado Nacional, quien se interesó en el tema hasta el punto de viajar hasta el lugar, promovió junto a otros senadores la declaratoria de Cóndor Amaya como Monumento Nacional mediante Ley 3597 de 10 de noviembre de 2006.
La Prefectura declaró Patrimonio Departamental al sitio, gracias a Moisés Avila y a Marlene Mercado, funcionarios de la Dirección de Cultura. Algo similar ocurría poco después en el Municipio de Umala.
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