El plástico es la 3ra. aplicación más extendida del petróleo después de la energía y el transporte, y constituye casi todo lo que consumimos (200 millones de toneladas al año en todo el planeta), desde coches y computadoras hasta envases y productos de higiene. Pero la omnipresencia del polímero sintético podría estar llegando a su fin.
El carácter finito del crudo y los nuevos imperativos de sostenibilidad se unen a un conocimiento técnico suficiente como para que se le encuentren novedosos sustitutos mucho más limpios, y con propiedades casi idénticas.
"Hoy en día contamos con unos avances en biotecnología e ingeniería genética que eran impensables hace unas décadas", explica la investigadora española María Auxiliadora Prieto.
La idea no es nueva: ya en los años 20, científicos del Instituto Pasteur de París descubrieron que la bacteria "Bacillus megaterium" producía polímeros (cadenas de moléculas) naturales, con resultados muy parecidos al plástico. Y este descubrimiento tenía lugar apenas 20 años después de que Leo Hendrik Baekeland inventase, en 1907, hace un siglo, el primer plástico sintético de la historia, al que bautizó baquelita. El singular invento estaba elaborado a partir del petróleo y tenía una característica: estaba compuesto de macromoléculas, es decir, polímeros. Hoy, este término se ha convertido casi en un sinónimo de plástico.
Así, lo que hacen en los centros de investigación de todo el mundo es retomar la vieja idea del Instituto Pasteur y, mediante la manipulación de genes, conseguir que las bacterias puedan fabricar "más y mejor" los polímeros naturales.
Alimentadas con residuos agrícolas, las bacterias son fermentadas para producir los biopolímeros y generar una materia resistente e insoluble. El parecido con el plástico es asombroso. Según el tipo de bacteria y la alimentación que reciba, así como el tratamiento posterior del material resultante, se obtendrán bioplásticos de distintas características.
En concreto, de bacterias como "Pseudomonas putida" se extrae el PHA (polihidroxialcanoato), que en su forma natural es similar al "film" transparente de cocina, con la diferencia de que es un auténtico bioplástico -según la definición que da European Bioplastics, una asociación que agrupa a distintos productores-: está fabricado a partir de fuentes renovables y es completamente compostable, es decir, fácilmente desintegrable por los microorganismos sin dejar más residuos que agua y humus, básicamente. Del mismo modo, de la fermentación de bacterias lácticas se obtiene el PLA, otro biopolímero (esta vez de ácido láctico).
Pero los primeros en popularizarse fueron los bioplásticos vegetales, fabricados a partir de celulosa o almidón de patata, maíz, yuca y otras fuentes renovables. Sus polímeros de glucosa sirven para que, tras un proceso de extrusión y otros tratamientos -no siempre 100% naturales pero sí degradables-, acaben convirtiéndose en material para cubiertos, envases o bolsas. Otra cosa distinta son los llamados poliésteres biodegradables como el PCL, que tienen un origen sintético pero son fácilmente eliminados por la naturaleza.
María Auxiliadora Prieto es microbióloga, científica titular del CSIC, y trabaja en el grupo de Biotecnología Ambiental del departamento de Microbiología Molecular desarrollando bioplásticos a partir de las cadenas de ácidos grasos o de glucosa, los "michelines", de las bacterias.
Quizás Baekeland no fuera consciente del enorme impacto que el plástico tendría en los 100 años que siguieron a su invención. El éxito del nuevo material fue inmediato. Era tremendamente versátil, flexible, resistente, insoluble y... perfecto.
El plástico no tardó en evolucionar hacia formas mejores hasta convertirse en todo un símbolo del siglo 20. Pero de lo que nadie se percató en un inicio era que el tan querido polímero era altamente contaminante: depende del petróleo -que no es una fuente renovable- y no es biodegradable. De hecho, puede tardar hasta más de mil años en descomponerse.
Pese a ser un material relativamente nuevo en el mercado -lleva una década en Europa-, USA, Japón y algunos países europeos ya están comercializando los bioplásticos. Sus aplicaciones han sido especialmente exitosas en la agricultura, la papelería, los juguetes y, principalmente, los embalajes y el material médico.
Noticia publicada en Urgente 24 (Argentina)