Dos muelas cuentan el oscuro final del madrileño más antiguo del que hoy se conservan restos fósiles. Sobrevivió, hace 90.000 años, en un valle del Lozoya poblado de leones, osos, hienas y lobos. Competía con ellos por la comida pero, al final, su carne sirvió de alimento a las hienas.
Este prehistórico habitante de lo que hoy es Madrid no tiene nombre, pero sí identidad. Pertenecía a la especie Neanderthal y entre sus platos preferidos estaba la carne de rinoceronte. Tampoco despreciaba los corzos o los ciervos que cazaba en los bosques de pinos y alcornoques y en los claros cubiertos de matorrales que descendían por las laderas hasta el valle. Recolectaba bayas y tubérculos y se refugiaba del frío en cuevas. La historia de su vida, la han leído los científicos en los restos fósiles encontrados en uno de los yacimientos de Calvero de la Higuera, en Pinilla del Valle.
Allí, se encontraba «uno de los campamentos del hombre Neanderthal más impresionante de Europa», como lo define Enrique Baquedano, codirector de las excavaciones junto con Juan Luis Arsuaga y el catedrático de Geología Alfredo Pérez González.
Excavar con pincel
A este yacimiento, donde la Prehistoria «se excava con pincel», cómo afirma uno de los científicos, otro dato lo hace especial. Explica José Luis Arsuaga que los antiguos moradores de Pinilla fueron Neanderthales arcaicos, los que vivieron entre el Pleistoceno medio y el superior, y que sus restos son mucho más escasos que los del Neanderthal clásico.
Con el ánimo de arrojar luz sobre aquellos pobladores, parte del equipo del yacimiento de Atapuerca y licenciados universitarios comenzaron la semana pasada a trabajar en una nueva temporada de excavaciones, que durará hasta el 15 de septiembre.
Una montaña de caliza sobre el valle ofreció a los hombre Neanderthales un hogar de cuevas horadadas por el agua. Una morada que no sólo ellos aprovecharon. Las hienas también encontraron su refugio en estas oquedades.
Allí transportaban su alimento y, en una de ellas, que también frecuentaron los osos, entre huesos de gamos, ciervos y parientes antiguos del caballo, se encontraron las dos muelas del primer madrileño fósil engullido por estos carnívoros. Estos dientes son, además, los únicos «fósiles de homínidos anteriores a nuestra especie», encontrados en la Comunidad, explica Baquedano.
Un paraíso
Este cubil, bautizado como la cueva del Camino, es el yacimiento más antiguo. Se descubrió, por casualidad, en 1979, en el talud dejado por las obras del Canal de Isabel II. Arsuaga asegura que es «un paraíso para los paleontólogos». En los diferentes niveles de la roca quedó registrada la vida durante el período que va desde hace 140.000 años hasta hace unos setenta mil. Sus capas, al abrirse, han descubierto otros tesoros celosamente guardados durante milenios, como el cráneo más completo de los primeros osos pardos que llegaron a Europa.
Las cubiertas de las cuevas del Calvero de la Higuera cedieron con el paso del tiempo y se terminaron desplomando sobre los restos depositados. La piedra los conservó, y gracias a ello, hoy los pinceles y espátulas de arqueólogos y paleontólogos pueden recuperarlos.
Ésta misma suerte corrió el segundo de los yacimientos de Pinilla, el abrigo de Navalmaillo. Es la cueva «fetén», del área, en palabras de sus codirectores. Fue refugio del hombre Neanderthal, al menos desde hace 75.000 años hasta hace 50.000. En ella no hay restos de sus moradores, pero sí el rastro de su presencia.
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