Hace 30 años, los investigadores detectaron la primera "chimenea hidrotermal", que calienta el agua a elevadísimas temperaturas, 2.500 metros debajo de la superficie del mar, rodeada de su propia y única comunidad de flora y fauna.
La mera definición de "vida" sobre la Tierra cambió para siempre al descubrirse el florecimiento de estos organismos sin la luz del sol y, en consecuencia, sin fotosíntesis. Así, se abrieron nuevos paradigmas sobre la posibilidad de vida en el universo.
Después de todo, si un diminuto camarón puede vivir en total oscuridad, bajo una presión de toneladas en una sopa tóxica e hirviente por la presencia de una fuente de calor de 350 grados, ¿por qué no habría vida en algún planetoide remoto con condiciones no tan duras?
"Fue lo más grande que le ocurrió a la biología en el siglo pasado", recuerda Fred Grassle, de la estadounidense Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, quien organizó en 1977 la primera expedición de biólogos a las entonces recién descubiertas chimeneas hidrotermales en el océano Pacífico, a unos 350 kilómetros de las islas Galápagos.
Grassle pasó muchas horas en las profundidades en sumergibles diminutos, como el famoso "Alvin", con el que se realizó el descubrimiento.
"Entonces se pensaba que las profundidades oceánicas estaban privadas de vida, o que la poca que había allí dependía del alimento que caía desde arriba", dijo el científico en un pequeño auditorio con numerosos escolares de Puerto Ayora, en una de las celebraciones.
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