A Ribadesella parece haberle tocado el Gordo. La madre naturaleza ha sido muy generosa con este pequeño territorio del oriente asturiano. A los acreditados vestigios jurásicos y paleolíticos diseminados por su costa y estuario se les unía hace cinco años un nuevo yacimiento de extraño nombre que pronto fue adoptado como propio por toda la ciudadanía, el Ordovícico riosellano. Situado en el túnel del Fabar, entre Berbes y Torre, en plena A-8, el nuevo tesoro geológico y paleontológico sirvió para sacar a la luz una valiosa información sobre la vida en el planeta de hace más de 450 millones de años.
Aquel patrimonio minero-animal quedó integrado por más de 4.000 piezas fosilizadas pertenecientes a unas doscientas variedades entre macrofósiles (66), microfósiles (101) e icnofósiles (29). La mayor parte de las formas recuperadas del interior del túnel estaban ya catalogadas. Otras se databan por primera vez en el norte de España, en la península ibérica o en el suroeste de Europa.
Pero la gran sorpresa fueron las catorce variedades inéditas para la ciencia aportadas por el Fabar. Entre ellas, un icnofósil que fue rápidamente bautizado con un nombre vinculado al municipio, la "Tunelia riosellana", una huella de actividad dejada por un animal cuya constitución física continúa siendo todo un enigma. Según Enrique Bernárdez, geólogo asturiano que participó en las excavaciones, «podría tratarse de un animal de cuerpo blando o un bivalvo». Lo que se aprecia en este fósil es la incisión dejada por el animal en el espacio que estaba excavando, su hábitat dentro de los sedimentos procedentes de la excavación.
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