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El retorno. Los judíos vuelven a Berlín


Por Lola Huete Machado

La vida judía renace en Alemania. Lo dice Charlotte Knobloch, presidenta del Consejo Judío alemán, y lo ha confirmado hasta el presidente del país, Horst Köhler: la religión, la cultura judías, 'son parte del pasado y lo serán del futuro de este país'.

Publicado: Lunes, 26/1/2009 - 15:53  | 14117 visitas.

Jud�os ortodoxos
Judíos ortodoxos
Imagen: Agencias / Internet


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Esto se aprecia especialmente en Berlín: nuevas sinagogas, escuelas, restaurantes, centros de música y de formación de rabinos... La comunidad se ha duplicado en diez años. ¿Es posible? ¿En la misma ciudad donde los nazis firmaron "la solución final" en enero de 1942 y transportaron en trenes a 50.000 de ellos hacia la muerte? ¿En las mismas calles donde se suicidaron 7.000 judíos alemanes que no acababan de creer que en su propia patria les hicieran eso, que de repente ya no fuera tal sino la patria de los asesinos? ¿Se ha olvidado ya lo sucedido entre 1933, la llegada al poder de Hitler, y 1945, el fin de la Segunda Guerra mundial?

Berlín. Corre el primer mes, Tischre, del año 5769 en el calendario hebreo; en el cristiano, octubre de 2008. Traje y sombrero negros, largas barbas y cabello en tirabuzones, la kippa sobre la cabeza, la falda bajo la rodilla... A los judíos berlineses de hoy se los encuentra uno, sobre todo, durante el Shabat, viernes tarde y sábados mañana, cuando, tal como manda su religión, se dirigen a pie a los centros de oración. Antes del horror existían en la capital alemana un centenar de ellos. Tras él, sobraba una mano para contarlos. Hoy son una docena las sinagogas. Y se sabe dónde están ubicadas no siempre por lo grandioso del edificio (salvo en la recién abierta de Rykestrasse y en la de Oranienburgerstrasse) sino por los coches patrulla, las cámaras, el doble cristal, las vallas y esos policías apostados delante, sobre los que los mismos judíos bromean: "¿Dónde están los agentes menos entrenados y gruesos de todo Berlín? En las sinagogas".

Los policías de la de Oranienburgerstrasse son eso, enormes, y además se saben al dedillo el calendario de culto de la comunidad a la que protegen: "¿Dónde dice que quiere ir usted? ¿Al Consejo Central, a las oficinas de la Jüdische Gemeinde, al centro Adass Jiroel, a la escuela de la Grösser Hamburgerstrasse? Todo cerrado. Es fiesta. Tiempo de Simchat Torá, la celebración por los cinco libros del Pentateuco (Torá)". Perplejidad. Por sus palabras. Y porque la religión nos cierra la vía oficial.

Y ya nos había sucedido con la personal. "¿Conoces judíos berlineses?", preguntamos aquí y allá a los que no lo son. Resultado: todos conocen. "Igual que todo alemán tuvo un pariente que escondió y salvó la vida a algún judío en la guerra". Otro chiste. "Llama a Paula, de la librería FairExchange". Llamada: "No tengo nada que ver con la comunidad. No soy representante". "Sí", le decimos, "usted representa a los que no quieren ser parte de comunidad alguna". Que, se calcula, son la mitad de los 25.000 que residen en la ciudad. Pero no. Otro: "Prueba con Roi, diseñador israelí...". Telefonazo con pistas: ¿influye ser de Israel si habitas en Berlín?, ¿se ha normalizado la vida judía aquí?, ¿eres practicante? Demasiado para el joven diseñador Roi. "Luego hablamos", dice. Luego no hay respuesta. O sí: un silencio expresivo.

No importa. Para explicarlo bien todo ya está Ella Buchträger, alemana de origen moldavo. Ella forma parte de los judíos no ortodoxos ("hay tres grandes direcciones: ortodoxa, el movimiento reformista y los conservadores americanos o masortí en Europa, que son tradicionales pero al tiempo modernos", nos explicará luego la rabina Ederberg), esa mayoría a la que no se ve porque "no se muestran". Ella es atípica, libre, treintañera, trabaja para la Jüdische Gemeinde (una de las tres comunidades de Berlín), vive en un piso social con su hijo, habido de soltera ("no está bien visto, pero ¿por qué habría de esperar a un buen marido?"), y resume en un pis-pas primero los detalles: "La estrella de David es símbolo de la vida; en la cocina koscher, la carne y la leche nunca se mezclan; los muy ortodoxos tienen dos frigoríficos, dos cocinas; es una antigua tradición, desde que nuestro pueblo vivía en el desierto...". Y luego el estado de la cuestión: "Existen tres comunidades en Berlín: Jüdische Gemeinde; Adass Jisroel, en el Este, que son unos trescientos; georgianos ortodoxos de historia peculiar desde el siglo XIX; y los ultraortodoxos de Chabad Lubawitsch, cada vez más numerosos y fortalecidos". Pero las sinagogas están unidas, asegura. "¿Que si son abiertas o tolerantes? Ninguna religión es realmente abierta. Es religión. Un rabino ortodoxo no trabajaría en una sinagoga liberal. En una ortodoxa no podría oficiar una rabina". Para Ella, los problemas comunitarios son dos: de generación y de procedencia. "Los rusos, a un lado; los judíos polacos y alemanes, al otro. Estos últimos creen que son los auténticos, los que han salvaguardado la tradición. Los otros se defienden diciendo que en su caso se trataba de sobrevivir y la religión en su país era incompatible con el régimen comunista". Otro chiste lo confirma: "Dos judíos, tres opiniones, cinco partidos".

La cifra de judíos en Berlín tras la guerra permaneció estable durante cuatro décadas. Empezó a crecer tras la caída del muro en 1989. El último Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) abrió la mano e invitó a los de la ex URSS a acudir tras sus derechos pasados. Una historia que conoce bien, por ser protagonista, el escritor, columnista y dj moscovita Wladimir Kaminer, de 41 años, en el que fuera su primer best seller, Russendisko: "En el verano de 1990 se extendió por Moscú el rumor: Honecker aceptaba judíos como una especie de pago debido de la DDR hacia Israel. La noticia se difundió, todos lo sabían, todos salvo Honecker, seguramente". Antaño todo judío ruso "intentaba, y pagaba, lo que fuera por borrar de su currículo y su pasaporte tal condición; y, de repente, se pagaba por lo contrario. "Éramos la avanzadilla de la quinta ola de inmigración judeo-rusa", dice Kaminer, personaje pú­blico hoy en la ciudad junto a su colega, Yuri Gurzhy (ambos organizan la famosa Russendisko, punto de encuentro musical y noctámbulo, y Yuri acaba de editar el disco titulado Funky Jewish Sounds). Con la reunificación de las dos Alemanias, unos 50.000 del Este llegaron al país. "El flujo ya ha remitido", dice Ella. Ahora abundan los norteamericanos, los latinoamericanos... y una mayoría última y nueva, los ambulantes: artistas, estudiantes o jubilados israelíes nostálgicos.

Publicado completamente en Itón Gadol (Argentina)

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