Pero la magnitud del remezón ha hecho a los jefes suspender sus vacaciones y preguntarse si en verdad algo más profundo está ocurriendo en la economía mundial. ¿Qué hay detrás de esta súbita racha de desconfianza? ¿Qué reacción cabe esperar de las autoridades? ¿Cómo sorprendería a Chile un vuelco adverso de la economía mundial?
En circunstancias como esta, es común oír a unos afirmar con aplomo que la solidez de la economía permitirá sortear las turbulencias sin problemas, mientras otros vaticinan el fin de la grata temporada de vacas gordas que ha vivido el mundo. Pero la Historia debe enseñarnos modestia. Está sembrada de episodios de fuerte expansión económica, cuyo abrupto término resultó ser tan inesperado como doloroso.
También son numerosos los ejemplos de severas correcciones en los mercados financieros que no tuvieron mayores consecuencias macroeconómicas.
Irving Fisher, uno de los economistas más respetados de los años veinte, arruinó tanto, su fortuna (era asiduo inversionista bursátil) como su prestigio cuando, días antes del colapso bursátil de octubre de 1929, sostuvo que la fortaleza de la economía norteamericana, permitía augurar para las acciones un promisorio futuro. Cual sismólogos, los economistas podemos advertir las tensiones geológicas que eventualmente pueden desencadenar un terremoto. Pero, no podemos anticipar ni su oportunidad ni su magnitud. Una vez ocurrido el siniestro, desde luego, identificamos qué placa ocasionó el movimiento telúrico, medimos su intensidad y analizamos sus consecuencias. El conocimiento extraído de las experiencias pasadas permite mejorar considerablemente el diseño de las políticas para prevenir la gestación y propagación de los sismos financieros.
Entre los economistas liberales, hay dos escuelas que rivalizan en su interpretación de las crisis financieras, la austriaca y la de Chicago. La primera –capitaneada por pensadores tan portentosos como Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek- atribuye las crisis a los excesos de optimismo, y correspondiente exposición al riesgo, ocurridos durante las expansión económica previa. Entonces, la caída de los mercados crediticios y bursátiles sucede a la euforia, como tras el día viene la noche. Y ello es sano, porque inculca disciplina a los inversionistas, saca del mercado a las empresas menos eficientes y hace a la economía resurgir con nuevos bríos. Hay quienes piensan que una regulación más estrecha sobre las operaciones financieras podría ahorrarnos el problema. Los austriacos desconfían de los supervisores estatales y prefieren dejar al mercado en libertad no sólo para acertar, sino también para equivocarse y aprender de sus errores.
Aunque en este drama el reparto es nuevo –lo protagonizan hoy los créditos hipotecarios “subprime”, los bonos conocidos como CDO y MBS, amén de otros sofisticados derivados financieros- el guión es más o menos el mismo que nos relataron los sombríos austriacos. A lo largo de la expansión mundial reciente, se ha observado un sostenido aumento del endeudamiento de las personas y una fuerte alza de los valores bursátiles y de bienes raíces. Cuando el fin de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos dejó en evidencia la precariedad de sus osados créditos hipotecarios, se desplomaron los títulos crediticios respaldados en las correspondientes hipotecas y comenzó el sálvense quien pueda en los mercados. Cuando el miedo hace presa de los inversionistas el riesgo de una crisis sistémica, y la consiguiente contracción de la actividad económica, debe ser tomado en serio.
Afortunadamente, la visión de la escuela de Chicago es más alentadora. Milton Friedman saltó a la fama cuando probó que las caídas generalizadas de los mercados y de la actividad económica están casi siempre asociadas a errores de política monetaria.
Fluctuaciones bursátiles siempre habrá, pero la propagación de sus efectos al conjunto de los mercados crediticios y a la actividad económica real, puede ser contenida con una apropiada dosis de estímulo monetario. Por eso en las últimas semanas los ojos se han vuelto hacia los banqueros centrales.
Hay que admitir que la primera reacción del profesor Bernanke, el poderoso presidente del banco central de los EEUU, no fue precisamente afortunada. El 7 de agosto pasado, cuando hacía ya tres semanas que venían explotando granadas financieras en distintas plazas del mundo, comunicó que la primera prioridad de su gestión seguía siendo que la inflación continuase bajando desde su actual ritmo de 2,5% anual. Sospechando una peligrosa desconexión entre la principal autoridad monetaria del mundo y la dura realidad de Wall Street, los mercados se vinieron abajo. Pero, la buena noticia es que tardaron menos de diez días las autoridades monetarias norteamericanas y europeas en captar y procesar el mensaje: desde entonces, han inyectado abundante liquidez para detener la caída generalizada de los valores, rebajado la tasa de redescuento en EEUU y prometido medidas adicionales en caso necesario. Como era de esperar, los mercados han reaccionado bien y la calma poco a poco está regresando.
¿Qué esperar hacia delante? Los excesos de exposición al riesgo siguen presente y ocasionarán importantes pérdidas. Pero, en la medida que no cunda el pánico, el costo correspondiente puede ser absorbido sin grandes trastornos porque el desarrollo financiero y la globalización permiten diluirlo entre muchos inversionistas de diferentes clases, a lo largo y ancho del mundo. La pronta acción de los bancos centrales, aunque puede fomentar entre los inversionistas el hábito de arriesgarse en exceso, es necesaria para contener la epidemia de la desconfianza y evitar que paguen justos por pecadores. Aunque más prudentemente, la economía mundial puede ahora seguir creciendo.
¿Cómo enfrenta Chile el temporal? Nuestros mercados bursátiles y crediticios están conectados con el mundo y han sufrido un impacto muy moderado, concordante con nuestra fortaleza fiscal y financiera. Desde luego, si los intentos de los bancos centrales resultasen infructuosos y la economía mundial sufriese un bajón, ello repercutiría sobre el cobre y otras exportaciones, obligándonos a tolerar algún enfriamiento de la actividad económica. Aunque las reservas acumuladas durante los años de vacas gordas nos permitirían capear el mal tiempo, nada autoriza la complacencia. El futuro desempeño económico de Chile y sus mercados bursátiles, seguirá dependiendo más de nuestra propia capacidad para generar un ambiente propicio a la inversión y la productividad que de los vaivenes internacionales.
Publicado originalmente en La Segunda (Chile)