Hubo un tiempo en el que los fósiles y unos cuantos artefactos de piedra eran prácticamente los únicos medios que los científicos tenían para rastrear las líneas de la primera evolución humana. Y las lagunas en esas pruebas materiales resultaban frustrantes por lo amplias que eran. Cuando los biólogos moleculares se unieron a la investigación hace unos 30 años, sus técnicas de análisis genético produjeron revelaciones asombrosas. Los estudios de ADN señalaban que hace al menos 130.000 años existió en África una antepasada de todos los humanos anatómicamente modernos. Inevitablemente acabó siendo conocida como la Eva africana.
Otras investigaciones genéticas trazaron patrones de migración ancestrales y la relación extremadamente cercana entre el ADN de los humanos y el de los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos. Las claves genéticas también establecen el momento aproximado en el que el linaje humano empezó a diferenciarse del ancestro común con los simios: hace entre seis y ocho millones de años.
Al principio, los investigadores de fósiles se mostraron escépticos, una reacción influida quizá por su consternación al tropezar con científicos furtivos en su campo. Estos paleoantropólogos sostenían que los llamados relojes moleculares de los biólogos no eran fiables, y en algunos casos no lo eran, aunque al parecer no en un grado significativo.
Ahora los paleoantropólogos dicen que aceptan a los biólogos como aliados para situar la búsqueda de orígenes humanos desde distintos ángulos. En buena medida, una rápida sucesión de descubrimientos de fósiles a comienzos de la década de 1990 ha restaurado la confianza de los paleoantropólogos en la importancia de su método para el estudio de los primeros homínidos, esos antepasados fósiles y las especies relacionadas en la evolución humana.
Los nuevos hallazgos han llenado parte de las enormes lagunas en el registro fósil. Han duplicado el récord de antigüedad desde los 3,5 millones hasta casi 7 millones, y más que duplicado el número de las primeras especies de homínidos conocidas. Los dientes y los fragmentos de huesos indican la forma -la morfología- de estos antepasados que supuestamente acababan de atravesar la línea que separa a los humanos de los simios. "La discrepancia entre la morfología y las moléculas ya no es de hecho tan grande", afirma Frederick E. Grine, paleoantropólogo de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook.
Al disponer de más datos, señala Grine, los científicos están, en cierto sentido, dando cuerpo a los conocimientos genéticos con fósiles cada vez más antiguos. Hacen falta los huesos apropiados para establecer si una especie andaba erguida, algo que se considera un rasgo definitorio de los homínidos después de separarse del linaje de los simios. "Todo lo que la biología puede decirnos es que nuestro pariente más cercano es un chimpancé y aproximadamente cuándo tuvimos un antepasado común", explica. "Pero la biología no puede decirnos qué apariencia tenía ese antepasado, qué determinó ese cambio evolutivo ni a qué velocidad se produjo".
Tim D. White (Universidad de California en Berkeley), afirma que aunque las especies de homínidos tenían en sus primeras formas un aspecto mucho más simiesco, "hemos llegado a comprender que no se puede extrapolar desde el chimpancé moderno para obtener una imagen del último antepasado común. Los humanos y los chimpancés han experimentado cambios con el tiempo".
Pero White, uno de los buscadores de homínidos más veteranos, admite que los datos genéticos han proporcionado a los paleoantropólogos un marco temporal para su búsqueda. Siempre tienen la mirada puesta en un horizonte temporal para los orígenes de los homínidos, que ahora parece ser de al menos siete millones de años.
Desde su descubrimiento en 1973, la especie Australopithecus afarensis, personificada por el famoso esqueleto de Lucy, ha sido la divisoria continental en la exploración de la evolución de los homínidos. Donald Johanson, descubridor de Lucy, y White establecieron que este individuo de aspecto simiesco vivió hace 3,2 millones de años, caminaba erguido y probablemente fue un antepasado directo de los humanos. Otros especímenes afarensis y algunas huellas de pie evocativas demostraron que la especie existió durante al menos un millón de años, hasta hace tres millones.
En la década de 1990, los científicos cruzaron por fin la frontera de Lucy. En Kenia, Meave G. Leakey, miembro de la famosa familia de arqueólogos, descubría un Australopithecus anamensis, que vivió hace aproximadamente cuatro millones de años y parece haber sido un precursor de los afarensis. Otro descubrimiento de Leakey puso en entredicho la opinión dominante de que el árbol familiar tenía más o menos un solo tronco procedente de las raíces simiescas hasta llegar a una copa ocupada por los Homo sapiens. Pero se hallaron pruebas de que la nueva especie, llamada Kenyanthropus platyops, coexistía con los parientes afarensis de Lucy.
El árbol familiar se parece ahora más a un arbusto con muchas ramas. "El mero hecho de que ahora mismo sólo haya una especie humana no significa que siempre haya sido así", puntualiza Grine.
Pocos fósiles de homínidos han aparecido para el periodo comprendido entre los tres y los dos millones de años, durante el cual los homínidos empezaron a fabricar herramientas de piedra. La primera especie Homo entró en el registro fósil hace unos dos millones de años, y la transición a cerebros mucho mayores empezó con el Homo erectus, hace aproximadamente 1,7 millones de años. Otros descubrimientos recientes han retrocedido más en el tiempo, hasta acercarse a los orígenes de los homínidos predichos por los biólogos moleculares.
White ha participado en excavaciones en Etiopía en las que se han encontrado muchos especímenes que vivieron hace 4,4 millones de años y eran más primitivos y simiescos que Lucy. La especie recibió el nombre de Ardipithecus ramidus. Más tarde, una especie relacionada que vivió hace 5,2 o 5,8 millones de años se clasificó como Ardipithecus kadabba.
En aquel momento, hace seis años, C. Owen Lovejoy (Universidad del Estado de Kent), aseguraba: "Estamos, en efecto, acercándonos muchísimo al punto del registro fósil en el que ya no podremos distinguir al homínido ancestral de los chimpancés ancestrales, porque son anatómicamente muy similares".
Hay dos especímenes todavía más antiguos y aún más difíciles de interpretar. Uno, hallado en Kenia por un equipo francés, ha sido datado en seis millones de años y se le ha denominado Orrorin tugenensis. Los dientes y los trozos de huesos encontrados han sido pocos, aunque los descubridores creen que un fragmento de fémur indica que el individuo era bípedo, es decir, caminaba sobre dos piernas.
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